Capítulo 47

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PASADO 44

Quizás debiera sospechar que hay gato encerrado cuando Dayana me arrastra al estadio de béisbol de los Marlins a solo días de mudarse a Miami, disque para ver un juego de postemporada.

—El béisbol es muy aburrido —le digo con un gemido mientras descendemos las escaleras hacia nuestros asientos. Ambas vamos cargadas de refrescos y perrocalientes. La única forma de sobrevivir todo un juego es con alcohol, pero mañana tengo turno largo en emergencia y no puedo ir con resaca.

—Este va a estar bueno. Tu novio lo va a jugar todito.

—¿Cómo sabéis? —Entrecierro mis ojos dirigidos hacia la parte de atrás de su cabeza.

—Obvio, lo vi en la pantalla a la entrada.

Bueno, sí. La foto de Diego es impelable a la entrada del estadio; sobretodo porque va del suelo al techo, varios pisos de altura. Si fuera mi imagen, se verían tantas imperfecciones que daría pena ajena, pero no en el caso de Diego. Y no es Photoshop. El condenado es así de perfecto en la vida real.

Nos sentamos dos filas detrás de un grupo de mujeres. Esto es un deporte que atrae hombres viejos, normalmente blancos, así que esto es raro. Pero en eso una de ellas habla tan duro que Dayana y yo la oímos.

—¿Crees que le pueda pedir el autógrafo después del juego?

—Sí, mi tía trabaja aquí y me dijo que nos va a ayudar —contesta una segunda.

—¿Será que le doy mi número también? —Ríe la primera.

—Sino se lo das, le doy el mío —ofrece la tercera.

—Intentar es gratis pero yo estoy segura de que Diego Abreu debe tener una novia, sino varias —comenta la segunda con un suspiro—. No hay forma de que un espécimen así no tenga un séquito de mujeres.

Tomo un sorbo de mi refresco.

Tiene novia, correcto. Pero una sola.

—Tengo ganas de decirles algo —murmura mi prima a mi derecha.

—Déjalas que sueñen, que es gratis.

El juego empieza con el himno nacional. Ni Dayana ni yo somos gringas, pero si no nos ponemos de pie, mínimo nos cubren de cotufas y cerveza.

Diego está en línea con sus compañeros de los Marlins, con la gorra contra el pecho como si fuera tan americano como los demás. Ya tiene green card, está mucho más cerca que nosotras.

Él solito absorbe mi atención. Es uno de los más altos, con lo que es fácil conseguirlo con la vista a pesar de que soy medio ciega. Levanto mis lentes en el puente de mi nariz y lo enfoco mejor.

Hace ya casi un año desde el accidente que lo trajo de nuevo a mi vida. Vivir juntos no ha hecho que nos matemos mutuamente. Aunque nos peleemos por tonterías, como la forma adecuada de poner el rollo de papel sanitario, o qué película ver en la televisión, ya no recuerdo como era vivir sin él. Y no quiero recordarlo.

Le ofrezco una oración de agradecimiento al cielo por darme todo lo que necesito. Salud para mi familia y para mí, un buen trabajo, y un mejor novio.

Lo malo es que el juego que él tanto ama es súper aburrido.

—Si me duermo me despertáis.

Dayana suelta una carcajada.

—¿Así le habláis a tu novio de su profesión?

—Sí. —Encojo los hombros—. Diego se desmaya ante la mínima visión de sangre, y a mi me aburre su profesión. Aún así somos felices.

—Como dice el dicho, polos opuestos se atraen.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now