Capítulo 3

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PASADO 2

—Marica, es demasiado bello —dice Mafe Cubillán, la otra de las secuaces de Valentina.

Lamentablemente me toca la larga travesía desde la cancha, a través del colegio y subiendo escaleras, detrás de las sifrinas del 5A. Tanta gente me rodea que prácticamente no me hace falta mover las piernas para llegar a destino, el ala del edificio de bachillerato con los salones de los mayores. Pero aunque soy un camarón que lo lleva la corriente, voy ladillada todo el camino oyendo esta conversación.

—Tenemos que sentarnos al rededor de él. —Esto viene de Aracely, cuya vocecita nasal penetra mis tímpanos y retumba en mi cerebro.

—Aquí la pregunta importante es si tiene novia —señala Mafe.

Aracely cuchichea algo que no puedo oír entre el bullicio en el entorno. Lo que si es interesante, cosa que no admitiría ni en pena de muerte, es que Valentina no ha dicho ni pío desde hace rato. A cada tanto su cabeza oscila entre un lado y el otro, y la razón es obvia.

En un grupo de gente más adelante a la derecha va Luis Miguel y su combo. En los trescientos y tal estudiantes de todo bachillerato no se podía conseguir otro chamo que se comparara con él.

Hasta que el nuevo llegó. Y ni a Valentina ni a nadie le cuesta extraviar la mirada hacia la izquierda, por donde va el nuevo casi una cabeza por encima de todos los demás.

¿Qué va a hacer la reina? ¿Va a escoger al rey viejo o al nuevo? ¿O va a intentar jugar con los dos?

Que se divierta porque a mí no me importa.

Finalmente llegamos al piso superior del edificio de bachillerato. En frente de cada salón hay un profesor esperando para dirigir el tráfico. A duras penas oigo a la Profesora Rita Maldonado gritar que la sección 5A se dirija hacia ella. Sudo a cántaros gracias a la travesía y al entrar al salónel aire acondicionado amenaza con congelarme.

Me siento en el primer puesto en la línea del medio, tal como lo he hecho por años. Soy más ciega que un murciélago y, a pesar de usar lentes, esta es la única posición en donde veo el pizarrón con claridad.

De reojo noto a las sifrinas acechar al nuevo. Me tapo la boca para que no se escape el bufido que casi delata lo que pienso. Pero mi cerebro se escapa por mi nariz y se tira de la ventana cuando Luis Miguel pasa delante de mí.

Hace una pausa lo suficientemente larga como para que no sea parte de mi imaginación. Y aparte, como ya no tengo cerebro, no soy capaz de imaginarme un carajo. Sus ojos son color café guayoyo, claros y brillantes. Frunce su frente con gesto de preocupación, y ahí es cuando mi cerebro regresa y toma las riendas.

Paso la mirada de largo como si ni me hubiera dado cuenta que está detenido frente a mi pupitre. Pero como todo el mundo sabe que no tengo a nadie a quien andar buscando, pretendo como que quiero hablar con la profesora.

—Profe —llamo con todo propósito—, una pregunta.

Eso hace que Luis Miguel circule, pero también atrae a la profesora. El salón está casi lleno y ella tiene que sortear entre todo el tráfico para llegar a mí.

—Buenos días, Bárbara —contesta con una sonrisa que decaerá en el transcurso del año escolar—, dime, ¿cuál es la pregunta?

—Este... ¿va a ser nuestra profesora guía?

—Sí, y espero que te pongan de delegada. —Me guiña el ojo porque primero, he sido la delegada prácticamente cada año, y segundo, le hago el trabajo mucho más sencillo a todos los profesores guías.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora