Capítulo 11

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PASADO 10

—Nunca me había percatado que tenéis la cabeza tan grande que creéis que el mundo gira en torno a ella —replico a modo de burla, aunque no puedo ocultar el temblor de mi voz.

Luis Miguel entrecierra los ojos. Salta un tic en su mejilla. Pero no cae en mi trampa.

—Y vos creéis que no te conozco y que tus tácticas de evasión van a funcionar. Decime la verdad, Bárbara.

¿Y ahora qué hago? Que lástima que la ventana es tan pequeña que no quepo por ella para lanzarme al abismo.

En realidad el problema es que me agarró tan de improviso, sin duda como lo planeó, que no pude dar una actuación de Óscar con la que Luis Miguel no pudiera confirmar su tesis.

Como la misma pendeja que soy, me quedé pasmada y el que calla otorga. Ahora cualquier cosa que diga va a tener el olor indiscutible a excusa.

Por lo tanto, guardo silencio sepulcral.

Me cruzo de brazos y fijo la mirada en el cielo azul brillante. Aunque hace que los ojos me ardan, es mucho mejor que romper a llorar de vergüenza en frente del culpable.

Un suspiro profundo rompe la calma. Pero justo cuando temo que va a abrir su bocota para clavar palabras como estacas en mi corazón, un chillido como de película de terror las ahoga en éter.

La causa se llama Diego, alias el nuevo, al abrir la puerta. Su mirada vira de un lado hacia el otro y una de sus cejas se enarca.

—Me mandaron a ver si los comió el chupacabras pero esto se ve más raro todavía.

—Te lo dije —le espeto a Luis Miguel.

En ese instante, ocurre algo terrible.

El muy idiota del nuevo da un paso dentro del cuarto, y la puerta comienza su inevitable giro como atraída magnéticamente por el marco.

—¡No!

El grito sale simultáneamente de Luis Miguel y yo. Pero con tantos obstáculos en el camino entre cada uno y la puerta, incluyendo el principal que es la falta de chispa del nuevo, la puerta nos gana la partida. Con un carajazo ensordecedor nos atrapa a los tres.

—Te mato —le digo al nuevo.

—Yo te ayudo —agrega Luis Miguel.

Diego se voltea y pasa por el mismo proceso que nosotros, excepto que sus resultados son más desastrosos. Hala la perilla con todas sus fuerzas y le queda en la mano.

No sé quién inhala abruptamente, pero todos caemos en la misma cuenta. Estamos jodidos.

—Bueno —comenta el nuevo con tono jovial—, no está tan mal. Así vemos menos clases.

—No, no está tan mal... ¡Está muy mal!

Mi grito hace que los dos se contraigan con el dolor que causa a sus oídos. Que bueno, se merecen eso y más.

Con tan poco espacio no puedo ni siquiera caminar de arriba a abajo para soltar mi energía nerviosa. Lo único que puedo hacer es agarrar mi clineja y torcerla entre mis manos.

—No sólo me voy a perder parte de las clases...

Pero el nuevo no me deja terminar cuando interrumpe.

—Todo está en los libros de texto, ¿no?

Le doy una mirada de pocos amigos.

—No es lo mismo, los profesores siempre dan información extra que ahora no voy a tener nunca gracias a ti.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now