Capítulo 7

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PASADO 6

—Pero no veo cuál es el problema —comenta Dayana masticando chicle.

—¿Cómo que no? Está más claro que el agua del lago.

—Eso no significa nada. Cualquier cosa es más clara que el agua del lago —replica, poniendo los ojos en blanco.

Las dos estamos en la tienda de sus papás. Mi tía Gabriela acompañó a Valeria y Salomón a algún preparativo de la boda, la cual ha desplazado a la política como tema más importante de conversación de varias familias. Es lo único bueno de todo este asunto tan terrible.

Mientras tanto, mi papá y el de Dayana andan filosofando sobre una mesa de dominó con los vecinos.

Mi padre se llama Aristóteles Aparicio y el de Dayana se llama Sócrates Rodríguez. Se conocieron en el colegio y decidieron que debían ser los mejores amigos de por vida, hasta el punto de que terminaron casándose con dos hermanas. A pesar de los años, no hay quien los separe y mucho menos cuando se la están pasando bien. Lo más probable es que se emborrachen y no los veamos otra vez hasta mañana.

Así que mi prima y yo tenemos paz y calma por algunas horas. A cambio, debemos atender a los clientes y asegurarnos que nadie se robe nada. Pero como la tienda es pequeña y en una esquina recóndita del Centro Comercial Doral, no tenemos tanto tráfico como para preocuparnos.

Supuestamente íbamos a emplear el tiempo en hacer nuestras tareas, excepto que Dayana está en humor para brollo.

—El punto es —retomo la palabra—, que no quiero lidiar con él. Ya es suficiente con que vamos a tener que compartir el cargo de delegados de la clase.

—Yo creo que estáis haciendo el papel de pendeja —afirma Dayana—. Si te la pasáis pa' arriba y pa' abajo con Luis Miguel, es posible que él empiece a darse cuenta de que sois la verga de triana.

—Lo dudo. La vida no es un cuento de hadas.

—Marica, ve —dice a la vez que rodea el mostrador hasta pararse frente a mí—, vos no sois fea. Lo que necesitáis es dejar de mirar a todo el mundo como si los quisieras matar.

Hago exactamente lo contrario.

Dayana me levanta un mechón de mi cabello.

—Y si te dejáis de secar el pelo como si fuera liso y en vez de eso te cuidáis los rizos, se va a ver más saludable y menos...

—¿Como un lampazo?

Sonríe con la confianza de alguien que naturalmente tiene el pelo liso y grueso. Yo no salí tan afortunada de la piscina genética. La meta de mi cabellera es desafiar la gravedad.

—Y también si te vestís diferente. A los chamos les gusta ver una pista de lo que tu mamá te dio.

—Pues que la vayan a ver en una revista —refunfuño y me cruzo de brazos—. ¿Qué tienen de malo una franela y jeans?

—En teoría nada, pero los tuyos parecen como de varón.

—Va pues, son cómodos.

—Yo también estoy cómoda —agrega Dayana, señalando hacia su conjunto de ropa—, pero no me veo como un macho.

Es cierto. Usa unos jeans de esos que muestran cadera y su franela es entallada. Lo que la hace ver tan bien no es sólo que Dayana tiene mejor figura que yo, sino su confianza. Ella hace voltear cabezas por donde camina, y es un misterio para ambas el por qué no hay un solo chamo que le haya echado los perros en la vida. Nuestra teoría es porque, a pesar de ser bonita, se le nota que no tiene plata.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now