Capítulo 24

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PASADO 23

Alguna vez a la cuaresma nos toca ir al colegio en la tarde. Siempre ha sido una de mis peores pesadillas, pero hoy no es tan malo.

La razón es un juego de béisbol. El equipo del colegio se enfrentará a un rival entrañable, uno de esos colegios de ricachones insufribles, así que hasta yo estoy interesada en verlos sufrir. Aparentemente con Diego en el equipo eso es un hecho, y por eso para auparlo toda la clase decidió llegar al menos una hora antes para hacer pancartas y demás.

Todo es caos cuando entro al salón.

Los pupitres están agolpados unos sobre otros contra las paredes. En el espacio en medio, un montón de cartulinas de las más grandes yacen en el piso en varios estados, desde vacías hasta cubiertas de letras con escarchas. Hay manchas de pintura en el piso que no sé quién va a sacar después de esto. Una de las chamas valientemente echa spray sobre un póster.

En la esquina donde está el escritorio de los profesores, Valentina corta una bolsa plástica de supermercado en tiras. A su lado, sobre el escritorio, hay una montaña de bolsas intactas. A la base del escritorio la Mafe y la Aracely amarran las tiras cortadas hasta que parecen pompones.

—Bárbara, ¿nos ayudas con los pósters o con los pompones? —pregunta Wilfrido, que no está en el equipo a diferencia de casi todos los chamos de mi clase. Su ropa luce manchas de pintura y escarcha como medallas de honor a su labor.

Yo no es que estoy vestida con ropa de Zara o algo así, pero mi mamá me mataría si la daño.

Mafe me ignora pero Aracely me pone cara como de que ni se me ocurra unirme a ellas.

Valentina y yo intercambiamos una mirada incómoda. Aunque ya no somos fieras enemigas, eso no significa que todo es paz y amor en el salón. Especialmente no cuando sus mejores amigas odian hasta mi sombra.

—Este... ¿y si voy llevando las cosas al campo de béisbol? —sugiero con expresión de incertidumbre. No es que va a ayudar mucho pero no hay más opciones.

—Ohh, sí porfa.

Suspiro de alivio y agarro un primer póster gigante. La pintura aún no está seca y la siento adherirse a mis dedos pero eso se lava fácil. El problema es la brisa que, mientras camino a través de todo el colegio, amenaza con pegar el póster contra mi cuerpo.

Finalmente llego al campo de béisbol y pongo el póster contra las gradas. Parece como que el viento se lo quiere llevar. Es medio feito pero tampoco puedo dejar que el trabajo arduo de otros se dañe. Camino hacia el dugout donde el profesor Guillermo observa al equipo haciendo ejercicios de estiramiento.

—Profe, ¿me puede prestar algo para que esto no salga volando?

Le cuesta arrancar sus ojos de la escena y se tarda en computar mi pregunta. Respinga cuando le hace click en la cabeza.

—Ah, claro. A ver... usa este bate. Me lo das antes de empezar el juego.

Lo agarro y me sorprende lo pesado que es. Con razón Diego tiene brazos y hombros de acero.

Y hablando de el rey de Roma, mientras deposito los peroles sobre las gradas le echo un vistazo discreto al equipo.

Casi me da un infarto al ver a Luis Miguel y Diego uno al lado del otro, con sus uniformes blancos como la nieve con detalles rojos y amarillos. Diego hace que Luis Miguel se vea pequeño en comparación, pero sé que también me saca bastante altura. Aunque la cara de Luis Miguel es oscurecida por su gorra, Diego en contraste no tiene puesta la suya. No distingo bien la expresión de su cara, pero una certeza se me graba entre las arrugas del cerebro.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now