Capítulo 21

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PASADO 20

Mis ojos se clavan en su mano, ahora tirando de mi muñeca. Soy incapaz de levantar la mirada ante el temor de que eso haga a mis lágrimas más visibles. La pachanga a mi alrededor no cesa, a pesar de que yo siento como si mi frágil corazón hubiera recibido un martillazo.

El nuevo abre paso como un rompehielos. Trastabillo un par de veces, pero su mano no me deja caer.

El aire gélido e impregnado de comida, alcohol y sudor, cambia de pronto a un aire caliente y húmedo. Tomo una bocanada sin delicadeza. Solo se escuchan los grillos en el jardín, el ondeo de las plantas en la brisa y el ruido lejano de carros en las calles.

Mi mentón tiembla y me falla la fuerza para contener un sollozo. Sale, y parece hacer eco en la noche. El nuevo, Diego, me conduce a un rincón con una banca de piedra. Me deposita ahí, y yo pienso que con la misma se va a regresar a la fiesta. Pero para mi sorpresa se sienta a mi lado con toda normalidad. Como si estuviéramos en el recreo del colegio.

Otro sollozo se agolpa en mi garganta y revienta. Mis manos tapan mi cara pero es imposible ocultar que estoy llorando.

La vergüenza me embarga. Me debiera saber a mierda lo que Luis Miguel y Valentina hagan, y no es así. Debiera ser capaz de sobrellevarlo con madurez, y tampoco es así. Aún debo disculparme con Valentina, pero ahora tengo cero ganas.

Quiero llorar a cántaros, con gritos y pataleos. No me importa mi maquillaje. Quiero que todo mi ser muestre lo mal que me siento y me vale quien lo vea.

En todo ese drama Diego no ha salido corriendo despavorido.

Pasa un buen rato hasta que me canso de lloriquear. Intento secar mi cara con mis manos y brazos y es imposible. Están todos mojados y manchados del maquillaje chorreado. Seguro parezco un mapache.

¿Y ahora cómo coño voy a volver a la fiesta, viéndome así?

—Toma.

Diego extiende su mano y me ofrece un pañuelo de los de verdad, de tela blanca y prístina.

—No puedo, te lo voy a dañar.

Suspira con tanta fuerza que hace un puchero.

Antes de que pueda reaccionar, Diego levanta mi mentón con un dedo y con la otra mano pasa el pobre pañuelo por mi mejilla. Aprieta mi mentón suavemente cuando hago el intento de apartarme. Sus ojos se enfocan en las diferentes áreas de mi cara, quizás porque sabe que si mira directamente a los míos me desmayaré de la pena.

No puedo creer que armé semerendo drama frente a otra persona. Mucho menos frente a este chamo.

—Termina tú —murmura él, poniendo el pañuelo en mi mano.

Se aparta de nuevo. Se encorva y pone sus codos sobre sus rodillas como si estuviera cansado.

Incluso ante la tenue luz del patio puedo ver los manchones en su pañuelo.

—Gracias. —La voz me tiembla y tengo que aclarar mi garganta—. Pero, ¿por qué, y cómo?

Mi nariz se siente constipada pero no la voy a soplar con el pobre pañuelo. Lo uso para terminar de limpiar mi cara lo mejor que puedo. No hace falta verme en el espejo para saber que no saldré en más fotos esta noche.

La lengua de Diego se asoma para correr sobre sus labios por un instante. Decido enfocar la vista en un conjunto de aves del paraíso frente a mí.

—Eres demasiado transparente —explica Diego y sacude la cabeza con pena ajena—. Yo estaba por ahí y te vi petrificarte como si hubieras visto a Medusa y no a dos coños dándose los besos.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now