Capítulo 44

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PASADO 41

Siempre es después de que pasan los eventos cuando uno recapacita.

Al finalizar el turno en el que atendí a Diego, tuve dos días de descanso en el que le dieron de alta. Lo más probable es que no lo vea nunca más. Que desperdicié el milagro que lo trajo a mi vida nuevamente.

El televisor que tenemos en la recepción justo muestra su foto. El noticiero habla sobre como un accidente de tránsito en Miami Beach ha acabado con la temporada del shortstop súper estrella de los Yankees. La imagen cambia a una entrevista con el manager de Diego. Exhibe un ojo morado, un brazo en cabestrillo y un vendaje en la cabeza.

Resulta que era él quien iba al volante del vehículo. El otro carro hizo impacto con la puerta del copiloto, donde iba Diego. Como estimé, la velocidad del otro vehículo no era excesiva.

El problema fue que no esperó suficiente tiempo en el pare de una esquina, e hizo impacto con el carro que iba pasando por la calle, donde iban Diego y su manager.

—Lástima que ya le dimos de alta. Hace falta más colirio para los ojos por aquí. —Una de las enfermeras suspira casi con tristeza.

Estoy de acuerdo. Con la primera parte, al menos.

Nunca había lamentado tanto el haberme comportado como una profesional. Debí haberle contestado su pregunta. Que sí, estoy tan soltera que mi foto debiera aparecer en la definición de la palabra en el diccionario. He salido con algún que otro hombre en el transcurso de estos años, pero siempre se aburren cuando se dan cuenta de que nunca tomarán precedencia ante mis estudios y mi trabajo.

Pero por otra parte sé que hice lo correcto. ¿Cuál habría sido el punto de decirle eso? Él vive en Nueva York, y según lo que dicen las noticias solo estaba aquí temporalmente. Si hace años dudaba de establecer una relación a distancia con Luis Miguel, sería igual de tonto pretender que no habría problema con Diego.

Sacudo la cabeza mientras leo una carta médica. Creo que he perdido los pocos tornillos que me quedaban. Sino, no me estaría saltando tantos pasos y asumiendo que la pregunta de Diego eventualmente conllevaría a una relación. Y sobretodo cuando lo más probable es que él haya estado delirante con los efectos de la anestesia.

—Permiso, ¿Doctora Aparicio? —Volteo para prestarle atención a la enfermera que aparece detrás de mí—. Hay un paciente en el lobby que quiere hablar con usted.

Frunzo el ceño.

Aquí se puede ver cualquier cosa, así que inmediatamente me pongo alerta.

—¿Hace falta llamar a seguridad?

—No, no. El paciente solo le quiere dar las gracias. Si quiere la acompaño.

Mis cejas se disparan al techo.

Esto sí que no pasa usualmente. Una vez que los pacientes salen por las puertas del hospital, no los vemos más a menos que tengan una recaída. Si este fuera ese caso, dudo que la enfermera se notara tan risueña mientras me escolta hacia el lobby.

Cuando llegamos, lo primero que veo es la gigantesca cesta de rosas en el suelo. Deben haber al menos cien, todas igualmente rojas y espolvoreadas con ramitos de brisas y eucaliptos.

A un lado del arreglo veo un par de muletas que rodean dos piernas. Una tiene el pie firme sobre el suelo. La otra luce un yeso cilíndrico que reconozco.

«No puede ser». Ta ra rán.

Mi corazón empieza a galopar como un caballo con rienda suelta. Subo la mirada lentamente, como si eso me ayudara a cerciorarme de que esto es la realidad y no una fantasía creada por mis deseos más profundos.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now