Capítulo 38

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PASADO 36

Un poco menos de dos años después, ya en mi segundo semestre de Medicina, caigo en la cuenta de que todo lo que me causaba estrés en quinto año de bachillerato era juego de niños en comparación con la universidad.

Llevo varios meses, que se sienten como años, durmiendo eso de tres horas al día. Tengo clases regadas en las mañanas, tardes, noches e incluso sábados. En los huecos de por medio entre clase y clase, tengo que estudiar frenéticamente si no quiero que se acumulen los temas para después. Y «después» nunca llega, porque cada semana parece haber al menos un examen. Otras veces hay diez. Son tantos que no puedo seguir el rastro; hasta me perdí uno hace poco por estar en una práctica que se pasó de la hora normal.

Los profesores se burlan de nosotros porque ellos han pasado por todo eso, y aseguran que la práctica profesional es mucho peor. Tiene sentido, después de todo lo que está en juego aquí son las notas. En la vida real, son vidas.

—Necesito un cambio de aire —declaro después de que dos amigas y yo emergemos de un laboratorio frío con olor a formol.

—Marica sí, vámonos pa' otro lado un ratico. —Maritza nos hala a Xiomara y a mí por los brazos hasta forzarnos a que nos levantemos—. ¡Yo manejo!

Ahí sí nos animamos. Maritza es la que tiene más dinero en el trío que hemos armado, y es la única que tiene carro propio. Xiomara y yo nos tenemos que mover en bus o carrito por puesto a donde sea.

Las tres nos metemos en el carro de Maritza y nos vamos al Doral. Sé que Dayana no está en la tienda hoy porque también es prisionera de la universidad, pero a lo mejor puedo saludar a tía Gabriela.

Cuando entramos al centro comercial y el aire acondicionado nos golpea, casi nos tumba.

—Ay, qué rico —exclama Xiomara—. ¿Por qué no podemos tener aire acondicionado en los salones de la universidad?

—Mija, ni los baños funcionan. Bájate de esa nube. —Bufo.

—Tenemos dos horas antes de reanudar la tortura —comenta Maritza chequeando su reloj—. ¿Qué hacemos?

Yo intercambio una mirada con Xiomara. Por arte de magia mi estómago cruje como si lo hubiera reemplazado un tigre.

—¡A la feria de comidas! —Levanto una mano como si fuera la generala liderando un ejército.

En vez de una estampida energética, nos arrastramos hasta llegar a las escaleras eléctricas. Da vergüenza tener que usarlas para subir un solo nivel, pero así de deplorable es nuestro estado.

—Yo quiero comida china —dice Xiomara.

—Y yo pasta. —Maritza se frota el estómago.

Mis ojos se enganchan en el Subway, no porque sea la mejor elección de todo el sitio sino porque de pronto me viene a la mente una imagen. Diego sentado en una de estas mesas, comiéndose un saunche de Subway como si fuera un pedazo de maná del cielo. Mi estómago hace una voltereta y allí me dirijo.

Obtengo mi orden en una bandeja mucho más rápido que ellas dos. A esta hora de la tarde el sitio está pelado. Tengo un humor bien nostálgico, así que me siento en esa misma mesa donde hace dos años me peleé con el chamo al cual aún no he podido superar.

En mi imaginación superpongo su imagen sobre la silla vacía, y solo eso hace que mi corazón respingue.

Soy una idiota, lo sé. Pero entre tanto estudiar no he tenido tiempo de mirar fijamente a ninguno de mis compañeros varones a ver si me despiertan alguna clase de interés. Y como no hay otro clavo que me saque al anterior, sigo soñando con Diego.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now