Capítulo 12

2.1K 260 41
                                    

PASADO 11

La imbécil de mi prima no para de carcajearse. Lleva ya tanto rato en eso que su helado de Manzanita se ha comenzado a derretir en su mano.

En contraste, yo ataco mi Bati Bati como si fuera mi enemigo.

—Ya está bueno, payasa.

—Si todo eso me hubiera pasado a mí, reaccionarías igual que yo —dice mientras jadea.

Es cierto, pero admitirlo sería echarle leña al fuego. Me quedo muda y vuelco mi energía en comer mi helado. Es el segundo, porque un solo Bati Bati no te llena ni una muela, pero ni siquiera esta sobredosis de azúcar ha podido mejorar mi humor. Y mucho menos gracias a Dayana.

—Osea —continúa al tanto que se lame la mano y reanuda su atención sobre su helado—, Luis Miguel ya sabe que te gusta y no te dio con el matamoscas.

—No, pero tampoco brincaba en una pata.

—Bueno pero tampoco te mandó a mamar —agrega y encoge los hombros—. Eso es buena señal.

—¿De qué? ¿De que mi humillación es absoluta? Ciertamente.

Dayana pone los ojos en blanco y menea la cabeza.

—No, pendeja. De que pueden seguir siendo amigos o de que quizás la idea de que le gustas no le da asco como el año pasado.

Frunzo toda la cara como si estuviera comiendo un limón, en vez de un terrón de azúcar disfrazado de sabor a uva.

—Pues ninguna de las dos cosas me interesa.

—¿Y qué es lo que queréis? —pregunta, ladeando la cabeza para observarme mejor.

—Que se le borre toda memoria de mí de su mente —mascullo por lo bajito—. Que se olvide de que existo. Que sea como si me hubiera conocido este año y nunca hubiera pasado nada entre nosotros. Nada de nada.

—Que se vuelva como el nuevo, ¿entonces?

Mis hombros se desinflan del suspiro que doy.

—Pues... sí.

—Imposible.

Le lanzo una mirada como de que la quiero matar.

—Yo sé. Solo estoy contestando a tu pregunta, pendeja.

—Pendeja vos.

—Y vos.

Nos quedamos en silencio un rato mientras comemos nuestros helados, sentadas en una banca en el parque para los niños de la residencia. Dos niños se balancean de los columpios; no tendrán más de ocho años de edad cada uno. Por alguna razón no se han unido al resto de los carajitos de la residencia que aún tienen rodeado al vendedor de los helados.

Observo la escena por un instante. Todavía tengo hambre pero no tengo ganas de abrirme paso entre la multitud. Señalo al segundo helado de Dayana, puesto sobre la banca entre las dos.

—¿Te lo vas a comer?

Mi prima me da sendo manotazo al reverso de mi mano.

—Claro que sí, sape gato.

—Debieras ofrecerlo como compensación por agravar mi dolor emocional.

Dayana se frota una oreja.

—¿Qué es ese ruido? Como si alguien estuviera hablando guebonadas sin sentido.

—Yo no sé ni pa' qué te cuento nada.

—Sino me cuentas a mi, ¿a quién más le vas a contar? ¿A tus papás?

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now