Capítulo 39

1.7K 248 50
                                    

PASADO 37

—¿En serio? —Esto no sale de la boca de Dayana como una pregunta sino como el hijo perdido de un chillido más una exhalación. Se afinca contra el colchón con tanto ánimo que me hacer sentir como si estuviera en la playa.

—Yo tampoco lo podía creer —confirmo con un movimiento de mi cabeza, a pesar de estar acostada sobre mi cama y con las piernas contra la pared.

Desde mi silla del escritorio, Valentina mastica Cheese Tris con tal dedicación que cualquiera pensaría que es su trabajo de tiempo completo.

Hacía mucho tiempo que no nos lográbamos reunir las tres. En la competencia de quién está más ocupada, estamos en triple empate. Dayana está estudiando Ingeniería Mecánica y según nos cuenta, es una pesadilla comparable a la mía. Valentina no parece batallar tanto con los estudios de Abogacía, pero tiene un novio serio que le roba el resto del tiempo que no le dedica a los estudios.

—¿Será el destino? —La pregunta da risa, más todavía cuando los dientes de Valentina se han tornado color naranja radioactivo.

—Qué habláis.

—Póntelo a pensar —musita Dayana—. Si vos no habéis superado a Diego, ¿por qué sería imposible pensar que Luis Miguel tampoco te haya superado?

Agarro mi almohada e intento asestarle un golpe a Dayana con ella. En mi posición es imposible tener puntería, con lo que ella me evade fácilmente.

—Estáis como saltándote muchos pasos de por medio. Na' más nos conseguimos por coincidencia. Y ni que me hubiera invitado a salir al cine o yo que sé.

—Ay, mija. —Valentina se frota las manos naranjas con una servilleta—. ¿Qué creéis, que un chamo te va a invitar a salir diciendo que quiere ver si después de eso se empatan? Qué va. Siempre quieren jugar un poquito primero.

—Y a parte no te iba a invitar a «una cita» así como así en frente de tus amigas de la universidad. Qué rayón. —Dayana bufa.

Me cubro la cara con las manos pero es lo mismo que intentar tapar el sol con un dedo. El problema sigue ahí.

Y el problema es que estoy hecha un manojo de nervios.

—A ver —digo con propiedad—, sus palabras exactas fueron «¿nos podemos ver otra vez?», no «vayamos juntos a una cena romántica». Solo quiere reconectar. No quiere decir nada especial.

Desde mi perspectiva al revés veo a Dayana lanzarle una mirada a Valentina.

—¿La mato yo o la matáis vos?

—Entre las dos —sugiere la otra.

—Yo creo que ustedes dos son las que tienen muchos pajaritos preñados en la cabeza. —Me cruzo de brazos.

—Y yo creo —Dayana enuncia cada palabra con cuidado—, que pa' alguien que es tan inteligente a veces sois la más bruta de todas.

—En efecto —agrega Valentina con su naciente voz de abogada—. Luis Miguel sigue interesado en vos. Está más claro que el agua.

—¿Del lago? —pregunto risueña—. Porque, ¿saben que el problema de la lemna se está poniendo cada vez más fuerte, no?

Esto ha sido la comidilla de los medios de comunicación por algún tiempo ya. Una masa de algas verdes se ha ido apoderando del lago, sobretodo en las orillas. A distancia parece grama. De cerca huele a mierda mezclada con vómito. Ilustra mi punto perfectamente, de que no es para nada claro que Luis Miguel haya demostrado interés más que amistoso.

—Pendeja, te voy a dar. —Valentina levanta el puño pero no levanta su trasero de la silla.

—Míralo desde este otro ángulo. —Dayana es experta en buscarle las cinco patas al gato—. ¿Me vais a decir que vais a salir con un manganzón como Luis Miguel, solo pa' hablar de qué es de sus vidas, y no te vais a hacer ilusiones?

Mierda, ese es un buen punto.

La visión de un «manganzón», que de hecho se ha puesto más atractivo todavía, no es algo a lo que soy inmune. Ni yo, ni Xiomara o Maritza, por lo que me comentaban después de esa ocasión. Y ambas son del mismo criterio de Dayana y Valentina.

Eso no se lo he contado a estas dos. Lo tomarían como confirmación de que están en lo cierto cuando sé que hay al menos cincuenta por ciento de probabilidad de que no sea así. Y ese es el rollo, que no me quiero subir mis propias expectativas.

Me retuerzo en movimientos peores que los de una ancianita hasta que puedo sentarme sobre el colchón. Eso sí, jadeando. Estoy tan fuera de forma de pasar cada día sentada estudiando o en un salón de clase o en mi cuarto, que me es imposible imaginarme cómo me vería junto a Luis Miguel. Como si él se agarrara de manos con una vela derretida gigante.

Cuando verbalizo esa noción, dos cosas ocurren a la vez. Dayana me lanza mi propia almohada y Valentina me asesta un puñado de Cheese Tris. Las dos dan en el blanco.

—¡Coñas 'e madre!

—Marica, no. Vos no sois ninguna masa amorfa —afirma mi prima, frunciendo el ceño—. Y aparte, nosotras te vamos a poner despampanante pa' esa cita.

—Que no es una cita...

—Da igual. —Valentina batuquea una mano en el aire—. Así no lo sea, la meta es dejarlo soñando contigo.

—No, esa es la meta de ustedes. —Gimo con todo mi corazón.

—Y la tuya. —Dayana me pone ojos amenazadores—. Sino, quién te aguanta la lloradera.

Cierto.

Una pequeña parte de mí quiere saber si tengo lo que hace falta para levantar perros de verdad. Las infatuaciones de la adolescencia no son nada comparado a los amoríos universitarios. Que lo diga Valentina, que en dos años ha tenido dos novios diferentes y con cada uno parecía que se iba a casar.

La diferencia crucial entre nosotras no es precisamente la apariencia. Sino que ella no tiene problema para abrir su corazón. Por eso el desgraciado hijo de su madre de su primer novio la trató por las patas. Y aunque el actual es un pedacito de cielo, de solo recordar todo lo que Valentina sufrió el año pasado se me pone la piel de gallina.

—No sé si estoy lista —admito.

Eso sí que causa silencio por un buen rato. Es Dayana quién lo quiebra.

—Yo sí. ¿Por qué a mí nadie me echa los perros?

—A cada cochino le llega su hora —responde Valentina con una risa.

Pero, ¿será ésta la mía?

De repente mi Blackberry vibra con tanta furia que tengo que atajarlo en el aire antes que caiga de la mesa de noche.

Tengo un Pin nuevo. Proviene del rey de Roma.

Las dos se abalanzan encima de mí para leer el mensaje a la vez que yo.

«Hola, Bárbara. De verdad quiero verte otra vez. ¿Te parece cena y cine este viernes?»

Los chillidos que explotan de ellas dos casi me dejan sorda.

Los chillidos que explotan de ellas dos casi me dejan sorda

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

NOTA DE LA AUTORA:

Zarpa el otro barco 😱

¿Será...?

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now