Capítulo 6

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PASADO 5

Todo cuatro ojos esconde un cementerio de lentes viejos en una gaveta. De ahí saqué el par de lentes que usaba el año pasado con el que puedo navegar el mundo hasta que me entreguen el nuevo que mis padres tuvieron que encargarme. Pero eso significa dos semanas de dolores de cabeza por no ver bien.

Los dolores son por partida doble. Primero por el esfuerzo que hace mi vista. Segundo porque eso significa que me paso cada clase dándole lata al de adelante.

—¿Vas a seguir, vale? —El nuevo se voltea con una expresión en su cara de que está al borde del precipicio de la paciencia, a punto de caer en las bajezas del desespero.

Es tan extraño escuchar a alguien hablar de «vale», pero si cobrara un céntimo por cada vez que me ha dicho «mira vale» en el transcurso de esta semana ya estaría millonaria. Es demasiado caraqueño en un entorno tan maracucho.

—Ni que fuera mi culpa que no veo un cebillo —objeto sin titubeo—. ¿Qué hay al principio de la pizarra?

El nuevo se vuelve un instante para observar el área que apunto con un dedo. Al regresar se le nota una incredulidad que hasta sin lentes hubiera podido distinguir.

—Hay un montón de cosas. ¿De verdad no distingues nada?

Pongo cara de pocos amigos.

—No. Pensé que ya era bien obvio.

Es cierto lo que dicen que si uno crece el ojo se agranda un poco, lo que aumenta los defectos que uno tenga en la vista. Desde el año pasado, cuando estos lentes eran nuevos, hasta este año crecí tres centímetros. Suficiente como para que lo que antes veía más o menos okay, ahora aparezca como una serie de manchas blancas poco nítidas en la superficie del pizarrón verde.

—Marico, ella está ciega 'e bola —dice Wilfrido Cárdenas desde el puesto conjunto al nuevo.

Detrás de él, a mi lado, se sienta Mafe quien hasta el momento no ha aceptado mi existencia en su vecindad. Levanta el labio superior como si oliera estiércol.

—Si le quitas los vidrios se queda inválida —agrega la Mafe con aire de que el comentario hacía falta.

Decido ignorarlos y me enfoco en el nuevo.

—En fin, ¿qué dice?

—¿Qué tanto hablan por allá? —El profesor de geografía entrecierra los ojos en nuestra dirección.

—Perdón, profe —contesto con la voz más dulce del mundo—. Es que no veo bien y mis compañeros me están ayudando.

Enseguida le cambia el tono.

—Ah, bueno, Aparicio. Si te hace falta ayuda me avisas después de clase.

—Gracias, profe —con el mismo aliento vuelvo a puyar la espalda del nuevo con el borrador de mi lápiz y pregunto—, aja, ¿entonces?

Sin ceremonia, arroja su cuaderno sobre el mío y arrastra su pupitre lo más lejos del mío que puede.

Me acerco para leer sus anotaciones y me causan aún más dolor de cabeza. Su letra es desorganizada, garabatos unos encima de los otros sin ton ni son. La definición de lo que la gente llama «letra de médico».

—Pero, ¿y esto quién lo lee?

—Pa' ver —Wilfrido me arrebata el cuaderno del nuevo y le hecha un vistazo. Me lo regresa mientras pone ojos de huevo frito.

—Entonces no te puedo ayudar, no me voy a poner a hacer caligrafía por ti —protesta el nuevo, haciendo ademán de quitarme su cuaderno. 

—No, no. Está bien. Yo lo descifro.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now