Capítulo 8

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PASADO 7

Es curioso como a pesar de que mi garganta se siente como si estuviera respirando papel de lija, mis pulmones están en llamas. Mi cerebro retumba dentro de mi cráneo con cada paso que doy. Mis piernas se han convertido en dos bloques de plomo que a duras penas puedo mover una delante de la otra. Sudor corre por mi cara, espalda y se acumula en sitios indecibles.

Odio Educación Física.

Peor aún, el nuevo, alias Dieguito, me ha pasado de largo al menos tres veces. La mayor parte del salón trota en una paca mientras que los más atléticos, como el nuevo, han dado varias vueltas extra al rededor de la cancha. Quisiera poder meterle el pie para que al menos trastabille y aminore el paso, pero eso no me va a hacer ir más rápido. Tampoco tengo energía para tanta maldad.

Su espalda se aleja de nuevo a un ritmo inimaginable para mi. Concentro la poca fuerza que me queda en poner un pie delante del otro y en rogarle al cielo que esto acabe pronto.

—Cinco minutos más —exclama el profesor Guillermo desde la comodidad de su asiento en las gradas. Qué buen ejemplo.

Los trescientos segundos se estiran hasta que se convierten en años en los que sigo jadeando por aire. El profesor finalmente sopla el pito y, aunque deseo caer de rodillas, me arrastro a las gradas a sentarme y respirar.

—Eso estuvo fácil —sale la voz de Valentina hacia mi derecha—, no sé por qué hay gente que no puede ni respirar.

Ríe entre dientes cuando le doy una mirada mortífera.

—Es porque están demasiado fuera de forma —añade Mafe.

—O mejor dicho, porque tienen una forma redonda —anuncia Aracely con el poco tacto de apuntar directamente hacia mí.

Solo viven para ver un nuevo día porque de cierta forma tienen razón, de vaina puedo tomar aliento.

—Vamos a tomar tres minutos de descanso —explica el profesor sin haber notado los comentarios de las sifrinas—. Después de eso nos vamos a agrupar en pares para practicar el voleo bajo.

¡No! ¿Por qué más humillación? Déjenme languidecer en soledad. Cada vez que nos mandan a agrupar quedo de última. El profe termina obligando a alguien a que me acoja y paso el resto de la clase sufriendo desprecios.

Levanto una mano temblorosa para llamarle la atención al profesor.

—¿Puedo practicar sola?

—¿Y quién te va a volear la pelota? ¿La pared?

—Sí —contesto con cero certeza.

—A ver, dónde está mi primo —balbucea el profesor mirando al rededor. El problema es que Dieguito tiene a una niña arreguindada de su brazo y a otra del otro.

—Yo practico con Bárbara.

Silencio se ciñe en toda la cancha. En medio de todos los estudiantes, Luis Miguel levanta una mano ofreciéndose voluntariamente a ser el sacrificio de la clase.

—No hace falta, yo...

—Excelente —me interrumpe el profesor antes de volverse a la clase—, vamos a ponernos las pilas. ¿Dónde están el resto de los pares?

Una garrafatiña ser arma entre varias carajas peleándose por ser la otra mitad del nuevo. Él se las sacude y agarra por el hombro al primer chamo que se le atraviesa. Así, Yakson termina siendo su compañero de práctica.

Y yo... me enfrento a una muerte lenta y violenta. A medida que Luis Miguel se acerca, aumentan las malas vibras entre la población femenina del salón. Ya que no se pudieron hacer con el nuevo, hubieran enfilado su ataque hacia el más popular de la clase.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now