Capítulo 46

1.7K 293 78
                                    

PASADO 43

Durante el mes en el que aún no puede viajar, Diego y yo nos portamos como si fuéramos una pareja normal. Bueno, con muletas de por medio. Y con mis estudios y el trabajo haciendo competencia.

No es tan difícil porque durante ese tiempo él se muda a mi apartamento. Y así los pocos ratos donde estoy en casa, él está conmigo.

Lo que si se hace muy, pero muy difícil es mantener la concentración con Diego en mi espacio.

Descubro rápidamente que es incapaz de no tener sus manos encima de mí. Si estoy sentada en la silla de mi escritorio, me empieza a hacer masajes en los hombros hasta que poco a poco mete las manos bajo el dobladillo de mi ropa y así conseguir mi piel.

Si me siento en el sofá a leer un libro de texto, él se anida detrás de mí hasta que todo el frente de su cuerpo se convierte en mi respaldo. Es delicioso sentir su calor y la firmeza de su cuerpo, no voy a mentir. El problema es que rapidito empieza a darme besos detrás de las orejas que al principio son dulces, pero de pronto se tornan peligrosos.

Su maniobra preferida es besos de boca abierta, con una pasadita de lengua que me incineran las entrañas, mientras su manos se van a rincones indecentes.

—Ya está bueno —le digo una tarde, agarrando sus manos antes de que vayan más allá de mi abdomen—. Tengo un parcial mañana y si seguimos a este ritmo lo voy a raspar.

—Okay —susurra contra la piel de mi cuello, que ha descubierto al estirar el cuello de mi franela y engancharlo con mi hombro—. Estudia y te doy el premio mañana.

En efecto, la ceremonia de premiación ocurre al día siguiente después del examen. Soy muy galardonada.

Así transcurre el resto del mes. No hacemos nada más especial que disfrutar la compañía del uno y la otra. No hablamos de qué va a deparar el futuro, ni de planes. Cuando nos despedimos en el aeropuerto, nos damos un beso cinemático que nunca olvidaré.

Me despido moviendo mi mano hasta que Diego desaparece entre los cúmulos de gente en el chequeo de seguridad. Hasta el último instante posible, Diego no despega sus ojos de los míos. Quizás estaba intentando grabarse la escena en la mente para que le dure el resto de la vida.

Clavo la mirada en mis zapatos, unas Converse naranjas, mientras doy un paso tras otro de camino al estacionamiento. Solo cuando llego a mi carro me permito romper a llorar.

Por media hora solo hago eso, llorar a cántaros y con sollozos que desgarran mi garganta.

El muy desgraciado me arrancó el corazón y no me dejó el suyo para reemplazarlo. Sino no me sintiera tan vacía por dentro.

¿Cómo hice para vivir por cinco años sin él? ¿Acaso fue más llevadero por no saber como era estar con Diego verdaderamente?

—Ahora sí que no lo voy a volver a ver —gimo en el silencio dentro de mi carro.

Saber eso me destroza, pero también me da cierto confort. Al menos eso significa que solo voy a pasar por este dolor una sola vez.

A partir de aquí tengo que aprender a vivir sin él. Sin pensar en qué pudo haber sido, y sin extrañar lo que brevemente fue.

Me tardo una semana completa en no romper en llanto cada vez que estoy sola. Cuando la rojez alrededor de mis ojos y de mi nariz empieza a disminuir, y los compañeros del hospital comentan que me veo mejor, les digo que finalmente mis alergias se están calmando. No importa que no sea temporada de polen, todos actuamos como que sí lo es.

Unos tres meses pasan así. A veces veo las fotos que nos tomamos Diego y yo en mi apartamento, de esas que parecen tarjeta de Hallmark. Hacen estallar dolor en mi pecho otra vez, pero no puedo convencerme de borrarlas. Creo que me dolería mucho más eliminar todo rastro de que Diego Samuel Abreu Marini pasó una vez por mi vida como una estrella fugaz.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now