Capítulo 43

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PASADO 40

Dos años después de mudarme a Miami estoy de internista en la sala de emergencia de un hospital. Cada día veo desde heridas de bala, heridas de aplastamiento, dedos accidentalmente cortados, fracturas de todo tipo y más. Las lesiones más comunes son por accidentes en casa o de tránsito.

Anuncian uno de los segundos por el intercomunicador cuando estoy en mi pausa de almuerzo. Cuando digo «pausa» me refiero a que jamás tengo una hora completa. Con suerte diez minutos.

Mi beeper empieza a vibrar en el bolsillo de mi bata.

—Como que hoy el almuerzo va a ser de cinco minutos —mascullo mientras mastico un bocado del saunche que compré en la cantina. Agarro el beeper y al ver el código sé que han entrado múltiples pacientes a la vez.

Con el tiempo he desarrollado la habilidad de correr por todo el hospital y comer a la vez. Los cinco minutos que me tardo desde la cafetería, sorteando pacientes y familiares que pululan por todos los rincones, me ayudan a consumir el resto de mi almuerzo hasta la sala de emergencias.

El otro gran talento que he desarrollado es a mantener la comida en el estómago a pesar de ver escenas que harían desmayar a alguien que no trabaje en el sector salud.

Entran en camilla dos personas inconscientes con laceraciones moderadas. El doctor asistente los inspecciona mientras que una paramédico da el parte en voz alta. Dos enfermeros toman nota de cada paciente.

Detrás de ellos va un tercer paciente en relativo peor estado. A pesar de estar consciente, su pierna va a requerir cirugía. Me apresuro a su lado para atenderle y así poder ponerme de primera en la cola para ser su cirujano.

—Hay que prepararlo para rayos X —digo a una enfermera después de que la paramédico me dio el reporte. Me pongo un par de guantes de látex antes de analizar la lesión de cerca—. Señor, ¿me escucha? ¿Sabe dónde está?

Ante el silencio absoluto que responde a la pregunta, cambio de idioma en caso de que no me entienda. La mayoría de los empleados y pacientes que vienen a este hospital hablan al menos algo de español, pero de vez en cuando se presenta algún caso contrario.

Sir, can you understand me? Do you know where you are?

Y aún así, nada.

«Debe haber perdido el conocimiento», pienso para mis adentros. Normalmente la gente no soporta tanto dolor y se desmayan. Desvío la mirada de la lesión hacia la cara del paciente para confirmar y...

Ojos grises como el granito.

Su cara está pálida, amoratada y con raspones. Han pasado años desde que la vi de cerca. Pero sería imposible no reconocerlo.

Diego.

Por un momento creo que soy yo la que va a perder el conocimiento. Pero en eso sus ojos se ponen en blanco y se cierran. Su cabeza cae contra la camilla y confirmo, en efecto, que ha perdido la conciencia.

—¿Doctora?

—Ah, sí.

Sacudo la cabeza fuertemente. No puedo ponerme a pensar en que este es Diego. El Diego de mi adolescencia. El Diego que es un tesoro nacional y uno de los jugadores más valiosos de las grandes ligas.

Por horas me concentro en mi trabajo. Es un paciente como cualquier otro, cuya vida recibirá un gran impacto si no doy el todo para restaurar su salud.

El médico asistente aprueba que participe de la cirugía. Aunque todo sale a la perfección, mi compostura profesional se quebraja al salir del quirófano. Casi desfallezco de alivio. A pesar de ser una fractura abierta, su hueso se quebró tan limpiamente que la recuperación no será ardua. Su masa muscular es muy alta y ayudó a que pudiéramos reconstruir los músculos sin gran dificultad, y sus tendones principales se salvaron.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now