Capítulo 26

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PASADO 25

El segundo lapso pasa como un remolino de tareas, exámenes y más cursos para las pruebas venideras. No sé cómo sobrevivo cada día con ese mismo merecumbé. Hacia el final de marzo, el cansancio se ha metido entre mis huesos y parece derretirlos.

Una mañana estoy sentada en el salón, recostada a la ventana sin poder levantar cabeza. Falta una semana más de exámenes de lapso y la Prueba Vocacional.

El idiota de Diego cabecea delante de mí. Lo único que hace en el colegio es dormitar y comer. Se da el lujo de no prestar atención en clases porque no tiene planes de ir a la universidad, y ningún profesor le reclama. Al final de cuentas, Diego es el héroe que nos llevó al campeonato de béisbol colegial.

La verdad es que le tengo cochina envida. Ya quisiera yo poder echarme la siesta que el cuerpo me pide.

La puerta del salón se abre sin advertencia y entra la Madre Esperanza. Como si tuviéramos un solo cerebro, todo el salón se levanta de golpe para darle los buenos días. Como Diego no reacciona, le doy una patada a su pupitre que lo despierta. Él brinca a pararse de su asiento como los demás.

—Buenos días, muchachos. Pueden sentarse —dicho esto, la Madre Esperanza aguarda hasta que regresamos a nuestros puestos antes de continuar—. Discúlpenme que interrumpa la clase, pero tengo en mis manos algo que creo que no querrán que posponga.

Sus manos están encubiertas a sus espaldas hasta ese instante. Las trae hacia adelante para mostrar un fajo grueso de talonarios. Parecen tickets de lotería, cosa que no tiene sentido que una monja ande cargando por ahí.

—He aquí los resultados de la Prueba de Aptitud Académica.

Alguien grita. Muchos más inhalan con fuerza.

Me da un mareo que, si no estuviera con el trasero firmemente plantado sobre el pupitre, caería de culo en el suelo.

Extiendo las manos a mi alrededor para agarrarme ante ese peligro no inminente. Una de ellas se ciñe sobre el hombro de Diego. Él se voltea con expresión de extrañeza y yo lo sacudo con violencia.

—Mija, cálmate —gruñe mientras intenta liberarse de mi mano.

—¿Qué no entiendes? ¡Todo mi futuro depende de este resultado!

No soy la única al borde del colapso mental. Con un vistazo alrededor confirmo que la excepción es Diego.

Él se gira en el pupitre hasta quedar casi de frente a mí. Pone sus manos gigantes sobre mis hombros y mira a mis ojos fijamente. El gesto es tan impactante que quedo inmóvil hasta el punto de no poder usar mis pulmones.

—Te vas a desmayar pal carajo —susurra Diego—. Respira profundo.

—Pero...

—Respira. —Abre sus ojos con intención mortífera.

Expando mis fosas nasales e inhalo tan profundo que todo mi torso se crece. Diego pone la pauta de cuando exhalar y por primera vez en la historia, le hago caso. Así hacemos unas dos veces más.

—A ver, ¿quién es el delegado? Para que me ayude a entregar los resultados.

—Yo la ayudo —contesta Luis Miguel, levantándose con una premura con la que no puedo competir en mi total estado de desconcierto.

Ya al frente del salón, la Madre Esperanza le pone el fajo de papeles en sus manos y retrocede para observar la acción con una sonrisa que solo puede tener alguien que no está pasando por este horror.

—Todo va a estar bien —murmulla Diego hacia mí antes de volverse de nuevo al frente.

Fácil para él decirlo. Clavo mi mirada en su nuca pero si siente los dos láseres los ignora.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now