Capítulo 42

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PRESENTE 10

El camino hacia el final feliz es arduo y culebrero. Por eso nunca he querido hablar mucho al respecto. Solo recordar todo lo que pasé para llegar a este punto, hace que reviva todas esas emociones de nuevo y en los mejores días me cansan. En los peores me dan ganas de patalear y llorar.

Creo que a pesar de tener mis treinta y pico de años, en el fondo sigo siendo esa niñita malcriada que quiere obtener todo fácilmente. Pero todo ha sido difícil. Entrar a la universidad. Irme del país. Empezar de cero, sola. Hacerme con el marido. Lograr casarme. Tener hijos. Mantener la carrera.

Y mientras espero los resultados de los exámenes en la casa de mi prima, echándole el cuento a mis hijos, me pregunto si la siguiente etapa de mi vida será otra dura prueba.

—¡Visteeeeee! —Matías se monta sobre el sofá de la sala y señala a su hermana mayor con un dedo que demuestra sorprendente altanería.

Mientras tanto Martina se cruza de brazos, su carita fruncida como si fuera a llorar.

—No me lo creo hasta que mami lo diga de su propia boca.

No sé de donde sacó el talento Samuelito de quedarse dormido en plena tertulia. Su cabeza reposa sobre el regazo de su madre, quien se soba su barriga con una mano. Dayana lleva rato mordiéndose los labios para no reventar en carcajadas, a sabiendas de que eso sí qué podría despertar a su dormilón.

—¿En esto han pasado todo el fin de semana? —indaga mi prima, sacudiendo la cabeza.

—Sí, mija. —Suspiro con aire de sufrida, aunque en realidad todo esto me ha ayudado a no estar volviéndome un pollito sin cabeza.

—Ya sabéis, si te falla la medicina te podéis meter a escritora. —Dayana silva por lo bajito.

—Este es el único cuento que me sé —refunfuño. Después de todo, le di mil vueltas en la cabeza por años.

—Vas a tener que lavar los platos por una semana. —Matías le saca la lengua a su hermana, a quién la cara se le pone cada vez más roja.

—Matías. —Le pongo mi mejor voz de mamá regañona—. Si te seguís portando así te voy a hacer lavar los platos a vos, independientemente de que podáis tener la razón o no.

—Pero si tengo la razón, ¿verdad? —Tiene la decencia de sentarse de nuevo en el sofá—. Nuestro papá es el nuevo.

—Todavía falta cuento —respondo crípticamente.

En eso suena mi celular. Lo primero en lo que pienso es precisamente en su padre. Pero cuando levanto el dispositivo de la mesa de café y veo la pantalla, noto que la llamada entra desde el hospital.

—Permiso. —Me levanto y le lanzo una mirada a Dayana—. ¿Te encargáis de ellos?

—Claro. Buena suerte. —Los ojos oscuros de mi prima reflejan la misma preocupación que yo siento.

—Un momento —digo al teléfono—. Necesito conseguir un sitio tranquilo.

Subo las escaleras con más dificultad de lo que debiera. Es una de las razones por las que creo que algo anda mal. Ya llevo dos días de descanso del turno brutal en la sala de emergencia, y esto no me debería cansar.

Me encierro en el cuarto de huéspedes de la casa de Dayana y su esposo, asegurándome de pasar el botón de la puerta. Tomo asiento en la cama y cuatro bocanadas profundas de aire.

—Lista. ¿Cuál es el problema?

—Bueno son dos cosas y están relacionadas —responde la voz de Patricia, una de las enfermeras de emergencia con las que más trabajo.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now