Capítulo 20

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PASADO 19

Decir que estoy incómoda se queda corto.

Mientras Salomón y Valeria hacen sus votos frente al sagrario bajo la guía del sacerdote que bautizó a casi todos mis primos y a mí, yo me siento en una banca al frente con el resto del cortejo. Primero está la mejor amiga de Valeria, luego Valentina, Dayana, y de última yo.

Por si eso no fuera poco, terminamos con unos vestidos celestes con unas faldas ridículas que parecen de la era victoriana. Casi no hay espacio en la banca para las cuatro. Y para rematar, la tela del vestido me da picazón en la espalda y no tengo como aliviarme.

Todo eso se va a la borda cuando el sacerdote los pronuncia marido y mujer, y mi primo y su nueva esposa se dan un beso tierno. La congregación en pleno nos levantamos a aplaudir y no puedo evitar que se me escape una lágrima. La limpio enseguida para que no me dañe el maquillaje o me cause más molestia con los lentes de contacto.

—Quién se hubiera imaginado que estos dos harían tan linda pareja —susurra Dayana con un suspiro tal como si hubiera visto la película romanticona más cursi.

La verdad siento un poquito de envidia, cosa que esta muy mal en la casa del Señor. Hago nota mental para confesarlo después... junto con lo de Valentina.

Me inclino un poco hacia atrás para poder verla. Tiene la nariz roja como tomate, señal clásica de que está conteniendo las lágrimas. No hemos intercambiado palabra desde ese día fatídico, pero sé que tengo que disculparme. Esa es la misión que tenemos que cumplir tanto Dayana como yo durante la fiesta después de la ceremonia nupcial.

—¿Lista? —Dayana me ofrece el brazo y yo se lo agarro.

—A la carga.

Seguimos la procesión fuera de la iglesia.

En el camino me consigo con Diego y su mamá. La señora Moira mueve la mano en saludo pero no me da chance de devolvérselo cuando la multitud nos arrastra a Dayana y a mí hacia la puerta.

La señora Violeta es quien nos consigue entre todo ese meollo.

—Vamos a tomar las fotos, muchachas.

Suspiro, pero no de anhelo por un amor bonito como el de los recién casados, sino de fastidio. La mayoría de los invitados se embarcan en sus carros para dirigirse al salón de fiesta en el Jardín del Guacamayo, pero el cortejo y los familiares cercanos nos quedamos atrás para tomarnos al menos un centenar de fotos con los novios.

—Me duelen los cachetes de tanto sonreír —mascullo entre los dientes mientras el cortejo posa alrededor de Valeria.

—A mí también —susurra de regreso Valentina.

Se escapa una foto donde salgo mirándola con cara de asombro.

¿Será este mi chance?

—Este... Valentina.

Se voltea con expresión confundida, pero antes de que atine a decirle ni papa, nos llama la atención uno de nuestros padres.

—¡Vámonos, mi gente! Se nos va a hacer tarde para la recepción.

Y así, como sardinas en latas nos agolpamos en unos pocos carros hasta llegar al salón de fiesta. Aunque me toca ir cachete con cachete en el puesto de atrás con Dayana y Valentina, no voy a profesar disculpas con testigos. Voy muda todo el camino.

Mis planes se posponen aún más porque junto con llegar, nos toca posar de nuevo detrás de los novios mientras un notario oficia la boda civil. Un río de sudor corre por mi espalda por el calor que producen cientos de personas apiñadas para presenciar el momento. Flashes de cámaras explotan aquí y allá, con lo que intento mantener una expresión en mi cara contraria a mi deseo de lanzarme al lago.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now