Capítulo 35

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PASADO 34

La presentación de la tesis llega. Después de varios días largos y noches cortas trabajando tanto en la información, impresión y diapositivas, estoy tan exhausta que ni tengo chance de estar nerviosa. Todo parece casi un sueño desde que papi me deja en el portón del colegio.

El año escolar terminó oficialmente la semana pasada, con lo que el colegio está vacío excepto por los estudiantes del 5A y 5B. Pululamos por los pasillos del edificio de bachillerato, algunos hechos todo un puñado de nervios, otros en llanto, otros catatónicos como yo.

Me siento en una silla junto a Valentina a esperar mi turno. Ella respira profundo y exhala como una embarazada a punto de dar a luz. Yo casi me siento desmayar.

Un movimiento llama mi atención. Luis Miguel camina pasillo arriba y abajo, sus labios trabajando con ahínco a pesar de que sus palabras se quedan retenidas en su garganta. Sin duda, su cabeza repasa la información una y otra vez.

Más allá, alguien se encuentra sentado en el suelo escuchando música por audífonos conectados a un Discman.

Diego.

Al muy desgraciado no le importa nada de esto.

De repente él levanta la cara y sus ojos se clavan en los míos. La mitad de mi ser desea desviar mi mirada, pero la otra mitad prevalece y me mantengo firme sin romper el contacto visual. Con naturalidad casi de actor de Hollywood, Diego pestañea con languidez. Lejos de molestarme, el gesto envía una ola de calor y frío por mi cuerpo que me hace estremecer.

—Aparicio —la profesora Rita llama desde la puerta de nuestro salón.

Mi corazón se acelera como un motor ansioso de quemar gasolina. Me persino rápidamente y entro al matadero.

Mientras estuve lela en el pasillo, los dos jurados para mi presentación llegaron y se instalaron en el salón. Son dos amigos de mi papá, también profesores universitarios aunque en la Escuela de Medicina, que papi conoció una vez que estuvo esperando horas antes de ser atendido en la clínica de profesores universitarios. Después de que se hicieron amigotes con tanta cháchara, se volvieron compadres de dominó y cervezas y así fue como papi los invitó a ser mis jurados.

—Buenos días —saludo con sonrisa trémula. Le paso un CD a la profe para proyectar mi presentación.

—¿Lista? —pregunta uno de los jurados con el ánimo de alguien cuyo futuro no depende de los próximos veinte minutos.

Porque obviamente no sólo la nota final de mi tesis está en juego, sino también el impresionarlos. Después de todo, el año que viene empiezo la carrera universitaria de Medicina y lo más probable es que estos dos señores sean mis profesores en algún semestre.

—Sí, más lista que nunca. —Levanto el mentón, enderezo la espalda.

Y aunque es más bravado que confianza verdadera, funciona como si fuera un comando para encender un robot. Así presento, convertida en una máquina programada solo para escupir información sobre un solo tema. La ronda de preguntas y respuestas transcurre de la misma manera.

En un abrir y cerrar de ojos me encuentro dandole la mano a un jurado, al otro, y a la profesora guía.

—Excelente presentación —anuncia ella—. Tienes veinte puntos.

Me muerdo los labios para aguantar las ganas de chillar a todo pulmón. Adrenalina corre por mis venas a medida de que camino con toda calma y propiedad junto con el jurado al salir del salón.

—Tu papá nos dijo que eras muy inteligente y veo que tenía toda la razón. —El primero dirige su atención hacia el otro señor—. ¿Verdad que sí?

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now