Capítulo 25

1.7K 283 74
                                    

PASADO 24

Al día siguiente todo el colegio está eléctrico con la victoria. Hasta los mismos profesores no pueden evitar interrumpir sus clases para felicitar a Diego varias veces. Entre la atrapada de gimnasta profesional y el jonrón en el quinto inning, indudablemente fue la estrella del juego.

En todo el jaleo él da las gracias y no dice más, pero sentada detrás de él noto que las orejas se le ponen tan rojas que parecen faroles.

Mientras tanto, no logro concentrarme en ninguna clase. Aunque mi mano toma notas en mi cuaderno como un robot, mi cerebro está de vacaciones.

Llevo desde ayer repitiendo el mantra de que no me voy a empepar otra vez. Mucho he sufrido con el pendejo de Luis Miguel. Los demás chamos no son nada mejores y Diego no es la excepción. El que sea bello como estatua de dios griego y atlético como campeón olímpico no da derecho a que mis hormonas bullan por todo mi cuerpo.

No, no, y no.

Tengo que concentrarme en cosas más importantes como las clases y las pruebas horrendas que tengo que tomar para entrar a la universidad.

Lo bueno es que al menos hoy tengo distracción. En el laboratorio de biología vamos a disecar partes animales y estudiar tejidos bajo el microscopio. He estado anticipando esto por una semana y no voy a dejar que me distraiga un chamo lindo.

Brincoteo en el camino al laboratorio, cargando la cava que traje con ojos y sesos de vaca como si fuera la canasta y yo caperucita roja. Atraigo alguna que otra mirada pero a todos les paro tantas bolas que se pueden hacer un collar.

—¿Y a ti qué te picó? —pregunta Diego a mi lado.

—Tu elemento es el béisbol y el mío es esto —contesto sin mirarlo.

—¿Qué, la carnicería?

Trastabillo por un instante.

—No, pendejo. La biología.

Bufa. Cometo el error de hacer contacto visual. Sus ojos brillan con una picardía que me confunde por un instante.

Pero luego caigo en la cuenta. Como típico chamo, su mente retuerce un comentario inocente.

—Cochino.

—Cochina tú. Yo no dije nada. —Se ríe por la nariz.

Lo mato.

Estaba muy equivocada. Este baboso idiota no le puede gustar a nadie que lo conozca bien.

Habemos más estudiantes de los que realisticamente cabemos en el laboratorio de biología, así que cada mesa tiene como diez taburetes sobre los que nos agolpamos los unos con los otros. Yo me siento en una esquina para tener un lado libre, y del otro lado se sienta Diego. Nuestros brazos y piernas están pegados y lo único que me salva de esta tortura es las ganas remanentes de meterle un coñazo.

Cuento hasta diez en mi mente y me enfoco en la clase.

Mentira. No me logro concentrar un coño. Diego no se queda quieto. Que si le pica el brazo. Que si se le cae el portaminas. Con cada cosa se mueve y su piel roza con la mía.

No soporto esto. Aunque su piel es tan suave como la mía, parece como si fuera la lija con la que se prende un fósforo y yo soy el fósforo en llamas.

Pudiera apartarme. Tengo espacio a mi derecha. Pero entonces confirmaría que siento algo y que me incomoda. Y eso diría mucho más de mí de lo que estoy dispuesta a asumir.

Por fortuna, la tortura no se alarga en demasía. El profesor anuncia que es hora de pasar a la práctica y todos nos levantamos de nuestros puestos para preparar las mesas. Casi que brinco a buscar mis guantes y un escalpelo.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now