Capítulo 33

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PASADO 32

Cuatro semanas se han ido en un abrir y cerrar de ojos.

Con tantos preparativos, que si para la presentación de la tesis, o que si para la graduación, la profe Rita acuerda con el resto del personal que el último día del servicio comunitario acabe a media mañana.

—Niños, démosle las gracias a los dos muchachos —ordena la maestra Margarita a su salón.

Muchos ojitos brillan con lágrimas mientras corean unos agradecimientos disparejos. La capacidad que tienen los niños de entregar el corazón tan rápido es algo que pensé que perdí hace tiempo. Subconscientemente sé que no tengo derecho a tenerles lástima. Dentro de un mes tendré que despedirme del chamo a mi lado.

Diego aún tiene el cabestrillo para resguardar su muñeca, aunque a estas alturas ya debiera esta sanada. Hace unos días me dijo que la iba a llevar un tiempo más por precaución, pero sospecho que en realidad es para que le siga tomando apuntes. Sino fuera porque gracias a esto me la paso con fastidio, estaría lloriqueando como estos carajitos todos los días.

—¿Quieren decir algo?

Miro a la maestra con horror. La oratoria sólo se me da si es leyendo un libro de texto. Por el rabillo del ojo noto la expresión de pánico de Diego y me acuerdo de como se introdujo a sí mismo el primer día. Casi que nombre y apellido y ya. Éste es peor que yo para dar discursos.

—Este, bueno no es obligado —agrega la maestra con una risa un poco incómoda.

Diego se aclara la garganta.

—Fue muy bonito conocerlos a todos. Pórtense bien.

Un rojo vivo sube por su cuello hasta sus orejas y ahí se asienta.

—Y estudien bastante —agrego para dividir la carga de atención.

La mini sonrisa de alivio que me ofrece hace que valga la pena el esfuerzo.

En eso una niña de las del frente se levanta de su pupitre y me abraza.

A mí.

La más asocial del quinto año.

Acto seguido todo el salón se abalanza sobre Diego y yo, hasta el punto de que con tantas manitas queriéndonos agarrar terminamos doblados a la mitad de nuestras alturas. Por más enternecedor que sea, cuando me empieza a costar respirar tengo que empezar a sacudírmelos.

La despedida se tarda unos buenos diez minutos o más hasta que finalmente Diego y yo podemos agarrar nuestros macundales y salir del salón. Respiro profundo con todos mis pulmones y...

—Huele a lluvia —comento, dirigiendo los ojos hacia el cielo encapotado con nubarrones tan oscuros que casi parece de noche.

—Uy, mejor nos apuramos —señala Diego.

Una gota gorda cae sobre mi nariz ni un minuto después. Acelero el paso. Noto que a pesar de que Diego, con sus piernas super largas y musculosas pudiera dejarme atrás en un tris, y no lo hace. No quiere decir nada importante, pero su cercanía me acelera el corazón más que el chaparrón inminente.

Sin advertencia empieza a caer el agua en torrentes. Diego toma mi mano y me hala para correr más rápido. Un chillido sale de mi garganta ante el sorprendente frío de la lluvia.

—¡Corre!

No me lo tiene que decir dos veces. El rollo es que no soy atleta como él y por mi culpa nos estamos empapando los dos. Pero Diego no suelta mi mano y yo agarro la suya con más fuerza.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now