Capítulo 4

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PASADO 3

—¿Qué hice yo para merecer esto? —mascullo suavemente para que nadie escuche.

Marcho hacia la cancha con el resto del 5A. Por un giro cruel del destino, este año nos corresponde Educación Física los lunes en la mañana. Como si ya los lunes no fueran una pesadilla que se repite todas las semanas, encima me debo calar la clase que más detesto ese día.

La tragedia no termina ahí. A mi lado va el nuevo por orden de la profe Rita.

Creo que su idea era que le mostrara al chamo este donde está todo y que se sienta bienvenido. El error de cálculo fue que el mejor delegado para la tarea era el siempre amiguero y bullanguero de Luis Miguel. Yo no puedo fingir ningún entusiasmo respecto a un sitio que detesto.

—Ahí están los filtros de agua del piso de arriba —digo mientras señalo el área con los labios—, justo abajo están los otros filtros.

Al tal Abreu se le nota tanto interés como tengo yo.

El séquito de Valentina comparte la misma expresión en sus caras, como si se hubieran tragado un limón. Por primera vez quisiera que me rescataran. Si ellas raptan al nuevo serían tan felices como yo, pero por alguna razón no se atreven. Quizás Valentina aún arde con vergüenza.

Llegamos a la cancha y por primera vez el nuevo me dirige una palabra.

—¿Dónde se juega béisbol?

Ah, verdad. Eso es lo único que le interesa.

Los ojos le brillan como soles y tengo que esquivarlos para que no quemen los míos. Levanto un dedo apuntando la dirección general del campo.

—Más allá de la cancha, detrás del edificio de ciencias.

—Gracias.

No me da tiempo decirle que no hay de qué, cuando él camina hacia el profesor Guillermo Gómez. Se saludan como si fueran amigos de toda la vida y no hubiera al menos veinte años de diferencia entre ellos.

—Veo que ya conocieron a mi primito. —El profesor se ríe de que su disque primito parece una jirafa al lado de él.

—¿Son parientes? Si no se parecen —increpa Yakson Palmar, el mejor amigo de Luis Miguel. Los dos escanean al nuevo como si fuera su nueva competencia.

El profesor Guillermo, que también es el coach del equipo de béisbol, les cacha la intención enseguida.

—El que maltrate a Diego se las va a ver conmigo.

El nuevo se tapa la cara con una mano. Hasta a mí me da pena ajena.

—En fin —continúa el profesor—, como no tienen los uniformes de Educación Física hoy, lo vamos a tomar con calma. El primer lapso va a ser voleibol así que el que quiera jugar hoy que juegue, y el que no que se ponga a mirar al techo.

Yo voy en ese equipo. Me siento varios peldaños arriba en las gradas opuestas a los salones de bachillerato, con lo que no voy a tener nadie a mi alrededor. Finalmente tendré calma.

No lo celebro mucho. De haber sabido, habría traído el libro de Biología para distraerme. Ahora debo pasar toda la clase aquí sentada como una pendeja, sin más entretenimiento que ver lo que hacen otros.

La mitad del salón va en tropel al cuarto de chécheres y sacan más pelotas de las que les harán falta. No sé cómo alguien puede disfrutar generar sudor, y mucho menos viviendo en la ciudad del sol amado. Maracaibo en un buen día te sofríe en tu salsa. Y si eso no fuera suficiente, el uniforme de las chamas es camisa beige y jumper azul oscuro, lo que yo efectivamente describo como un saco de papa donde uno es la papa y el sol el horno. Pero ahí va un grupo de papas a jugar con la pelota.

Cuando éramos felices y no lo sabíamos (Nostalgia #1)Where stories live. Discover now