Capítulo 40

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PASADO 38

En marzo del siguiente año intercambiamos los anillos de graduación por anillos de boda en una ceremonia hermosa en la Basílica de la Chinita. Por un momento me temo que la operación de los ojos salió mal porque me cuesta ver a Tomás durante la boda, pero luego caigo en la cuenta que es porque mis ojos no dejan de llover.

Es muy extraño darse cuenta de que uno ha recibido un regalo tan grande del cielo, cuando a otros les es quitado.

Valentina asiste a mi boda y sale en cada foto con una sonrisa de Miss Venezuela. Después de varias semanas de pleito en el que yo le decía que se podía vestir de negro si se sentía más cómoda, ella ganó y asistió con el vestido color crema hacia rosado de mi cortejo. Es la única vez que le he visto algo de color desde el funeral de Gustavo.

Al principio de la fiesta en el Club Náutico, le doy un abrazo tan fuerte que ella se ahoga y tiene que golpearme la espalda para que me separe.

—¿Te sentís bien? —La miro de arriba a abajo como si esperara atisbar sus lesiones, aunque todas están en su corazón.

—Sí, sí. —Pone los ojos en blanco—. No me dejéis arruinar tu día.

—No es eso...

—Déjala quieta —intercede Bárbara, que vino desde Miami para la ocasión—, yo me encargo de emborracharla pa' que al menos se olvide de todo por un ratico.

—No te olvidéis de darle comida.

—No tienen que hablar de mí como si no estuviera aquí —refunfuña Valentina—. Cambiando de tema, ¿estáis lista pa' el gran discurso?

—Si definimos «lista» como que me tomé un litro de té de tilo durante el día, sí.

—Ve lo que te tengo aquí. —Bárbara se voltea para agarrar algo de la mesa detrás de ella y nos ofrece palos de alcohol a cada una—. Tu amigo el indio. Seguro te va a ayudar.

—Ah, buena idea. ¡Salud!

Las tres nos empujamos los palos de Cacique y mientras rueda por mi garganta dejando un camino de fuego hacia mi estómago, me doy cuenta de que es Cacique 500. Del bueno.

Hay otras bebidas mucho más elegantes y costosas corriendo como agua. El sitio de la fiesta fue cosa de los papás de Tomás, que tienen una empresa constructora de tanto renombre en la ciudad que cuando me enteré, me sentí tonta por no haberme dado cuenta por mí misma. Así que para ellos esto no es gran cosa.

Mis papás y mi hermano también aportaron para la boda. A ellos les debemos que el catering incluyera mini pastelitos y tequeños, y están volando más rápidos que los platos con nombres impronunciables.

—Deséenme suerte. —Sacudo el cuerpo de los nervios y del regaño de ron.

Las dos me atacan con un abrazo tipo el que yo le di a Valentina hace rato.

—¿Quién hubiera dicho que Dayana iba a ser la que se casaba primero? —musita Bárbara en mi oído.

—La que decía que no levantaba ni una sola mosca. —Valentina se ríe en mi otro oído.

Según Tomás, en el transcurso de la universidad levanté a todo un ejército de moscas. Pero son cosas de él porque me ve más especial de lo que soy. Y al final de cuentas a mí lo único que me importa es que me lo paré a él.

Hablando de mi levante. Está conversando con Salomón de algo que los tiene muertos de la risa. ¿Por qué siento como que mi hermano le está contando una anécdota vergonzosa sobre mí? Pero no importa, porque los ojos de Tomás brillan más que las luces del techo y su sonrisa hace que una señora mayor que pasa por ahí se tropiece.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now