Capítulo 1

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PRESENTE 1

No quiero sonar dramática, pero ver a mi esposo alejarse en su camioneta rumbo al aeropuerto hace que se me nublen los ojos y me cueste agarrar aire.

O también puede ser porque hay un calor del carajo y el sol me está apuñalando los ojos. O porque los casi nueve meses de embarazo me están matando con la misma violencia con la que el clima quiere acabar conmigo.

A sus cinco años de edad, mi hijo Samuel tiene toda la energía que yo carezco. Batuquea sus brazos despidiéndose de su papá sin los estrujones que yo tengo en el corazón. No es que esté contento con que su papá se vaya a otro viaje de negocio, sino ante el prospecto del regalo que seguro le traerá al regreso el alcahueta de su padre.

El regalo que yo quiero es que él agarre vacaciones en las próximas semanas y se quede con nosotros. Pero está difícil porque en la empresa lo quieren poner a resolver cada pequeño problemita que sale, como si no hubiera nadie más con tres dedos de frente que se pueda hacer cargo. Quién lo manda a hacerse el ejecutivo más joven en la historia de la empresa.

—A ver —digo a Samuel a la vez que suspiro—. Vamos al aire acondicionado que me estoy asando.

Intento arriarlo hacia la casa pero se me escabulle de entre las manos. No es fácil mantener el balance sobre dos piernas que están bastante removidas del nuevo centro de gravedad de mi cuerpo, y Samuel lo sabe.

—¿Podemos ir a jugar con Martina y Matías? —Desde unos pasos de distancia me pone los ojitos grandes y aguados que aprendió del gato de Shrek. Con su padre funcionan de forma contundente pero conmigo es un fifty-fifty, y hoy me inclino hacia el fifty que me lleva directo a mi sofá.

—Más tarde.

—Pero, ¿de verdad? —Pone esos ojitos otra vez, su boquita enarcada en gesto triste que enternecería hasta el corazón más duro. El que no lo conoce que lo compre.

—Sí, sí. —Tomo su mano para que esta vez no se me escape.

El bebé en mi vientre es Equipo Samuel, porque da un golpecito como si estuviera alzando la mano de acuerdo con el plan de ir a jugar con sus primos. Sobo la superficie de mi barriga que seguro ha batido algún récord de tamaño. Cualquiera cree que estoy a punto de dar a luz a mellizos, pero es uno o una sola. Decidimos que el sexo fuera sorpresa, pero lo que no es sorpresa es que ya tiene una personalidad más grande que mi barriga.

En los metros entre la puerta y el sofá, el bebé decide que su carrera como boxeador —o boxeadora— profesional tiene que empezar en este mismo instante. Gruño con cada paso, pidiéndole al cielo que me de paciencia para aguantar esta semana sola con estos dos terremotos.

Mientras el uno me usa como bolsa de boxeo, el otro arma tremenda cháchara él solo sobre la nueva forma de lanzar una bola de beisbol que su primo le estaba enseñando ayer. Con cuidado, agarrándome del posa brazos del sofá, voy bajando mi cuerpo hasta lograr sentarme.

—¿Verdad, mami?

No tengo idea de qué me acaba de preguntar Samuel, pero le balbuceo dos palabras ahí y él continúa su monólogo. Si no me sintiera como si me hubiera aplastado una plancha de hacer patacones, lo atraería hacia mí para acurrucarlo un rato.

Ay, quién se comiera unos patacones con queso rallado.

Tanteo a mi alrededor buscando mi celular donde lo tiré antes de salir, soñando con poner una orden de patacones como para un ejército, pero en vez de celular lo primero que consigo es un guante de beisbol. Seguido de una cartuchera vacía. Y después un peluche tan mugriento que lo lanzo a través de la sala.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now