Capítulo 23

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PASADO 22

Al día siguiente todo va de mal en peor. En la mañana se me pierde un lente de contacto y tengo que ponerme los tradicionales que usaba en el liceo. El conjunto bonito que me quería poner aparece en la pila de la ropa sucia oliendo a que no fue un error que se encontrara ahí. Termino con una franela demasiado grande que me hace ver como si estuviera en los noventas. Salgo tarde de la casa y el Ruta 6 casi me deja botada. Y ahora el parcial de Programación es una cosa así como si yo hubiera estudiado tailandés y lo que me preguntaran fuera japonés.

No sé en qué momento mis ataques de pánico que solían darme cuando tenía que hacer una presentación frente a todo el mundo, se volvieron algo que rutinariamente me da durante los exámenes.

A diferencia de antes, que me quedaba congelada y de vaina podía respirar, ahora he desarrollado el talento de conscientemente saber que estoy jodida, pero aún así dejar que mi mano siga escribiendo jeroglíficos que a veces resultan acertados y otras veces me delatan como la impostora que soy.

Hago una pausa porque mi mano se acalambra. Cuando levanto la cabeza me doy cuenta de varias cosas. La primera, tengo lágrimas en los ojos, pero eso no es primicia nacional. Soy una llorona y ya todos lo saben. Segundo, veo terror en las caras de algunos compañeros. Muy bien. Digo, no por ellos, sino que me hace sentir menos neófita. Tercero, la profesora se está limando las uñas. Desgraciada.

Uno de los primeros en entregar el examen es Teófilo. Tiene cara de que perdió la guerra cuando sale del salón. Uno por uno lo van siguiendo los demás.

Yo me quedo casi hasta el final lanzando todo disparate sobre la hoja de examen que se me ocurre. Una de las cosas que más me ha hecho perder la cordura es tener que transformar un código de software a un diagrama en papel. Porque obvio no hay plata para computadoras donde hacer esto, y en realidad si las hubiera no hay garantía de que lo haría mejor en una pantalla.

Por el rabo del ojo veo que salen los últimos dos y la profesora se aclara la garganta. Es hora de tirar la toalla. Recojo mis peroles y entrego la hoja de examen con una pequeña plegaria en mi mente por un milagro. Es otro hábito que he agarrado.

Arrastro los pies fuera del salón. Lamentablemente en la tarde tenemos el parcial de Estática, así que no es como que me puedo ir a mi casa a esconderme debajo de las sábanas por el resto del día.

—¿Me vas a seguir ignorando?

Me freno de golpe y me estrello contra la puerta cerrada del salón detrás de mí. Pero en frente a mí no hay nadie, y aunque la voz me resulta familiar no creo que esto sea dirigido a mí.

Continúo hacia las escaleras para bajar hacia el Pasillo General y doblo la esquina del salón. Me freno en seco y mis reflejos atinan a hacerme regresar sin ser vista.

Porque a medio camino están Andrea y Tomás, y fue ella quien hizo la pregunta.

—No te estoy ignorando, estoy ocupado.

—¿Ah, sí? ¿Por eso diste la vuelta en U temprano cuando me viste?

No lo culpo. Yo justo hice lo mismo esta mañana cuando la vi.

—Sí, porque estoy demasiado ocupado como para dedicarte tiempo. Chao. —Oigo los pasos de Tomás alejarse.

Vaya, vaya. Con que así es como suena Tomás Arriaga cuando tiene el modo odioso full chola.

Me asomo por la esquina y veo a Andrea alcanzarlo enseguida. Se atraviesa entre él y el acceso a las escaleras con los brazos extendidos hacia los lados, en caso de que él tuviera duda sobre su propósito.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now