Capítulo 8

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PASADO 7

Llegan los primeros parciales de mi carrera universitaria. Por varias semanas antes de este momento he subsistido enteramente de café, Cheese Tris, y pánico. Esa combinación me tiene con ganas de vomitar ante el primero de todos, que resulta ser la presentación del proyecto de Comunicación y Lenguaje. Una pequeña parte de mí siente alivio de que finalmente se acaba este suplicio, pero hay un problema serio.

Y es que los desgraciados de mis compañeros me seleccionaron a mí para dar la presentación.

Un grupo está presentando al frente de la clase. Quisiera que hubiéramos sido como ellos, que se están turnando para hablar. Pero no, Anderson está aprovechando que no tiene que hacer nada para estudiar Geometría. Andrea me lanza sonrisas maléficas de esas que levantan solo un lado de la cara. Tomás lleva los ojos clavados al frente de la clase desde el principio y por su parte Erika los clava en él.

A medida que el profesor llama a nuevos grupos al frente, más me cuesta respirar. Intento enfocarme en las fichas donde anoté los puntos importantes de la presentación, pero las letras de mi escritura se empiezan a mezclar entre sí hasta que dejan de tener sentido. Tengo que tragar grueso varias veces.

Nadie sabe que en pleno salón de clase, rodeada de cuarenta personas, estoy teniendo un ataque de pánico.

Odio hablar en público. Lo odio. Si pudiera no tener que hacerlo nunca sería feliz. Debí haberle pedido las mismas pastillas a mi mamá que me dio el año pasado para que pudiera hacer la presentación de la tesis. Pero el problema es que después de esto nos toca el parcial de Cálculo I y no me pareció buena idea estar dopada para eso. Cómo lo lamento.

Miro la puerta del salón, calculando qué tan fácil sería escapar. ¿Y si digo que tengo diarrea? ¿Alguno de ellos podría presentar en mi lugar?

Sé que Andrea jamás me ayudaría. Lo mismo con Anderson. Erika seguro no se estudió nada. Tomás puede que sí pero no sé si se interese en ayudar.

En eso Javier captura mi mirada. El ritmo frenético en mi mente se frena ante la expresión de preocupación que tiene.

«¿Qué pasa?» pregunta solo con los labios. Ahí se ma agúan los ojos.

—Siguiente grupo —anuncia el profesor—: Tomás, Erika, Anderson, Andrea y Sikiú. Digo, Dayana, ¿no?

Me da una sensación de vértigo tan fuerte que toda la imagen se desliza fuera de mi campo de visión y solo queda blanco.

—¿Quién o quiénes van a presentar? —pregunta el profesor al cabo de no sé cuánto tiempo de cero actividad de parte de mi grupo.

—Dayana es la voluntaria. —La voz excesivamente dulzona de Andrea me vuelve a la realidad.

Lo malo es que nada ha cambiado. Aún tengo que levantarme y plantarme frente a toda la clase frente a ochenta pares de ojos y ochenta pares de orejas. Y aún tengo que hablar de forma coherente frente a todos ellos.

No puedo.

«Sí puedo» me digo para mis adentros. Ya estoy grande. En unos meses cumplo dieciocho, no soy una bebé en pañales. Me aseguré que en la universidad iba a ser una persona diferente, con más confianza en mí misma. Si quiero lograr eso no puedo defraudarme a mí misma aquí.

Mis músculos tiemblan a medida que me levanto muy lentamente. Siento los ojos de mis compañeros fijarse en mí como si fueran cuchillos contra mi piel. De pie en medio del salón, y todavía de espaldas al profesor, me congelo.

«No puedo». Aprieto los ojos e intento respirar profundo. Pensé que esto de las presentaciones lo había dejado atrás en bachillerato. No tener que hablar en público es una de las razones por las que siempre me han gustado tanto los números. En una carrera como Ingeniería Mecánica, no debiera hacer falta decir ni pío. Anderson tiene razón, ¿para qué carajo tenemos que ver esta materia?

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now