Capítulo 27

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PASADO 26

Regresar a la realidad resulta peor de lo que pensé. No solo más clases de teoría y práctica nos esperan, sino que ahora tengo que esquivar a Andrea y a Tomás como nunca. No debiera ser tan difícil porque a pesar de que vemos algunas clases juntos, nuestros grupos no suelen juntarse mucho en lo cotidiano.

Pero en las siguientes semanas me sale el uno o la otra hasta en la sopa.

Una mañana decido irme temprano a estudiar en la Biblioteca de Mecánica, que está en la planta alta del Galpón. Qué sorpresa me llevo cuando entro y consigo a Tomás en un in rincón en una mesa vacía. Para mi fortuna, está tan enfocado en el libro de texto que está estudiando que no me ve. Lleva el mismo sweater negro de capucha que durante el viaje al congreso, y como quisiera ponerle la dichosa capucha para no tener que ver lo lindo que es.

—Buenos días —saludo en tono bajo al señor que trabaja en la librería para no llamar la atención de los pocos estudiantes que ya estañan aquí—. ¿Tendrá disponible el Çengel de Termodinámica?

—Lo tiene el muchacho ese —y señala con el mentón precisamente a la mesa donde sé que está Tomás.

—Ah, bueno. Muchas gracias. —Salgo sin mirar atrás, por si a las moscas.

Unos días después al terminar la práctica de Materiales vamos Yael, Javi y yo a comprarnos unos jugos misteriosos en la cantina, y allí están Andrea y Tomás estudiando en una de las mesas. Me hago la que se me quedó algo en el salón y me voy a esconder en el taller hasta la siguiente clase.

Cuando le cuento todo esto a Valentina y Bárbara casi me quieren matar.

—¡Si vos no hiciste nada malo! —exclama Valentina.

—Exacto, no tenéis por qué esconderte. —Bárbara frunce el ceño de forma que casi da miedo.

—Yo sé, pero no sé. —Gimo ante la frustración de que ni siquiera me sé expresar—. Es que cuando los veo es como si me tragara un coctel de culpa mezclado con remordimiento y no confío en mi capacidad para disimular.

—¿Remordimiento por qué? —pregunta la futura abogada de la República entrecerrando los ojos.

—Este...

Bárbara pela los ojos.

—¿No me digáis que lo queríais besar?

Ese es el problema, que si no fuera porque Andrea Vélez es un ave de rapiña alrededor de su presa, me lo hubiera comido yo.

O, si lo admito con más sinceridad, Tomás me gusta.

Se siente muy diferente a como me gustaba David Fonseca. Él era como la celebridad del liceo, el chamo más lindo que al pasar dejaba una estela de suspiros, quien al solo dirigirle una palabra a una chama era capaz de sonrojarla pero que rompía corazones a diestra y siniestra en su búsqueda por la caraja perfecta. También es distinto a lo que sentí por Javi al principio, que a diferencia de David me enganchó no por su sex appeal universal, sino por su dulzura y atención.

Tomás era uno de muchos chamos transitando por mi vida universitaria, siempre en el fondo de la acción y distante como si viviera en otro plano. Pero sigiloso se coló entre el velo de mi atención y ahora me da tantas vueltas en la cabeza que me marea.

No tengo que decirlo en voz alta. Las dos adivinan exactamente lo que siento con solo verme a los ojos. Y por eso es que cada vez que veo al uno o la otra tengo que huir.

—Ay Daya —suspira Valentina—, esto es como peligroso.

—¿Pero estamos seguras de que él tiene novia? —Bárbara hace una pausa pensativa—. O sea, por lo que nos habéis contado siempre andan pa' arriba y pa' abajo y tal, pero no recuerdo que nos hayáis dicho que los habéis visto agarrados de mano.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now