Capítulo 28

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PASADO 27

—Este país se está yendo a la mierda —anuncia mi papá después de media hora leyendo el periódico.

—¿Se está yendo o se fue? —susurro mientras intento resolver un problema de Sólidos I que me ha tenido atascada desde antes de que papi recogiera el periódico de hoy para leer un artículo que escribió Salomón sobre la situación del país. Lo que se fue de aquí es mi cordura porque si el problema del coño este me sigue dando mal, voy a lanzar este libro a través de la vidriera de la tienda.

—Bueno, menos mal que mis dos hijos van a ser profesionales y Dios mediante no les va a faltar nada.

—Sí, si me logro graduar —refunfuño.

Mi papá se ríe y no dice nada más. Ambos sabemos que no hace falta. La persona más terca de la familia Rodríguez Rincón soy yo, y ni con que le caiga un meteorito a La Universidad del Zulia dejaré de graduarme.

—Sigue, mija.

—Sí, sí.

Como la tienda es pequeña los dos estamos medio apretados en taburetes detrás del mostrador. Él lee el periódico y cada vez que entran clientes se afana en atenderlos y lograr ventas. Yo por mi parte continúo la batalla entre mi cuaderno, el portaminas al que se le parte la mina a cada rato, el borrador que deja manchas y que, como me equivoco a cada rato, tiene las hojas todas manchadas, y una calculadora gráfica que costó un ojo de la cara pero a la cual también quiero lanzar a través de la tienda.

Una señora con sus dos hijas entra buscando un conjunto para la graduación de una de ellas, así como si la vida me quisiera recordar que hay gente que logra terminar los estudios pero una de esas no soy yo.

—Pa —susurro a su lado mientras las tres clientes inspeccionan la ropa en un estante—, necesito una pausa así que voy a comprar algo de picar. ¿Queréis?

—Ah bueno, traéme un vaso de Coca Cola de los mollejúos que venden en el cine.

—Sí va.

Agarro mi billetera y mi celular y los meto en los bolsillos de atrás de mis jeans. La más joven de las hijas de la clienta me echa una mirada de extrañeza de que una zarrapastrosa como yo sea vendedora de cosas tan lindas.

Y es que hoy no tenía ganas de hacer un esfuerzo. Entre los estudios que me tienen tan exprimida que me veo demacrada, y el corazón amoratado, solo reuní fuerzas esta mañana para ponerme los lentes de montura, recogerme el pelo en un moño que me hace ver como una piña, y ponerme un conjunto de franela y pantalón tipo la moda de hace quince años atrás porque son cómodos.

Es más, ni zapatos quise ponerme. Arrastro unas rajadeos por el piso pulido del centro comercial como si estuvieran hechas de plomo. No me importa que la gente bien arreglada que vino a pasear en un sábado por la tarde me miren tal cual como la chamita en la tienda. Estoy cansada con la vida.

Quizás me debí haber quedado en la casa, pero es que el aire acondicionado del centro comercial es muy sabroso.

Todavía es temprano así que el cine está tranquilo. O a lo mejor lo que está lleno son las salas como tal. No hay cola en el concesionario así que voy directo a una caja con una chama que trabaja aquí casi todos los días.

—Epa, Lorena, ¿como va la vaina? —saludo como siempre.

—La misma guebonada de siempre. Hace rato tuve que limpiar unas manchas sospechosas de unos asiento que no salieron sino fue con amonia.

—Miércoles.

—No puedo esperar a graduarme y conseguir un trabajo que pague mejor que esto. —Suspira con ilusión.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now