Capítulo 31

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PASADO 30

Confieso que ultimamente he estado disfrutando ASME demasiado. No solo es más chévere que unas cuantas materias, sino que este semestre hemos organizado un evento que ha atraído no solo seccionales de universidades de Caracas, pero también de Chile y de Estados Unidos.

Ha requerido el doble de horas en la universidad, que si rogando por patrocinios a empresas públicas y privadas, comunicándonos con la gente de ASME, coordinando las invitaciones con las otras seccionales, lidiando con la alcaldía para la reservación de la Vereda del Lago y con la policía para que acordonen el área, y eso sin contar con el diseño, manufactura y ensayos del vehículo con el que vamos a competir.

Todo muy divertido y diferente, pero mejor todavía porque Tomás ha estado en cada paso del proceso, siempre lo suficientemente cerca como para una agarradita de manos debajo de una mesa, o un besito rápido detrás de algún estante del taller.

Finalmente el día de la competencia ha llegado, y después de estar patas pa' arriba y patas pa' abajo en toda la Vereda con todo el tras cámaras de la organización, mando a todos a la porra y me quedo sentada frente a una mesa con las botellas de agua que le vamos a regalar a todos los competidores.

Mientras tanto, el resto de la gente está un buen trecho más adentro de la Vereda, donde la carrera larga está a punto de empezar. La distancia es demasiado como para que la gente pudiera trasladarse más rápido que los vehículos desde el inicio hasta la meta, con lo que el comité organizacional decidió que para esta carrera todo el público iba a quedarse en el inicio. A mí me toca la tarea de permanecer en la meta y reportar el orden en que los competidores van llegando, y luego darles las botellas de agua.

Pero no estoy sola. Estoy con Tomás.

—¿Cuál es tu segundo nombre?

Estamos sentados frente a frente, en medio del juego que jugamos en cada chance que nos quedamos solos. Él me hace una pregunta y yo respondo honestamente, y luego nos intercambiamos hasta que llegue un tercero.

Es esto o caernos a besos y arriesgarnos a que nos descubran.

—Elías.

—Tomás Elías Arriaga Villa —musito—. Te ibas a quedar sin nombre.

Él bufa. La brisa del lago, que por fortuna hoy no huele a lemna, pone su pelo a bailar sobre su frente. Se pasa la mano por vez enésima, y no me quejo porque la flexión de los músculos de su brazo es muy... agradable a la vista. Alias me tiene salivando.

—¿Por qué no te gusta tu primer nombre? —devuelve y yo arrugo mi nariz.

—Es que es el nombre de una tía, hermana de mi papá, que es bien creída y vive en Maracay. No sé por qué me pusieron el nombre de alguien que ni siquiera iba a estar en mi vida.

—Tiene sentido.

—Y no sé, también me siento más como una Dayana —remato levantando los hombros y cambio el tema—. ¿Cuál es tu color favorito?

—Verde. ¿El tuyo?

El de sus ojos, que a veces se ven verdes. Qué curioso.

—Azul —respondo con la respuesta normal, la que automáticamente habría dicho antes de conocerlo—. ¿Váis a ir a la rumba después del evento?

—Sí. ¿Te veo ahí?

—Claro. —Estiro la mano para entrelazar mis dedos con los suyos—. Tenéis que bailar algo conmigo.

—Lo que quieras. Cuántas quieras.

Ay, no puedo con su expresión pícara. Sus labios esbozan una pequeña medio sonrisa que sería tímida sino fuera por el cierto brillo en sus ojos profundos y entrecerrados.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now