Capítulo 9

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PASADO 8

—Pero yo no entiendo. —Valentina sacude la cabeza y levanta las manos como reclamándole al aire—. Si vos sois más Doña Bárbara que la misma Bárbara.

—Es verdad —concuerda mi prima, aunque le lanza una mirada de fastidio a la catira—. Y solo por eso te voy a dejar pasar el chistecito.

Yo me encojo tanto en mi puesto detrás del mostrador de la tienda, que si alguien entra no me verían. No sé para qué les conté lo de la presentación, si me he pasado años ocultándoles este pequeño detallito sobre mí.

—No es cierto —admito con un suspiro—. Lo que pasa es que como ustedes estudiaban juntas en otro colegio, nunca me vieron pasar rayón tras rayón en el liceo.

La pausa que hacen es tan larga que me asomo sobre el mostrador y las agarro mirándose la una a la otra, como teniendo una conversación telepática que no puedo descifrar.

—Pero Daya —vuelve a decir Valentina—, si te hemos visto darle tremendo discurso a cada cliente que entra en esta tienda. ¿Cómo es posible que no podáis hacer lo mismo en un salón de clase?

—Es diferente. Aquí en la tienda los clientes no vienen a juzgarme a mí sino a la mercancía. En cambio en una clase sí que me van a juzgar a mí.

—Velo más bien como que están juzgando el contenido y no a vos. —Mi prima extiende la mano sobre el mostrador para darme una palmada sobre el hombro en plan «porecita».

—Claro. —Valentina asiente con tanta furia que la cabellera rubia se le escapa de la cola y tiene que recogérsela otra vez. Mientras tanto dice—: Hacete el cargo de que estáis vendiendo lo que sea que estáis presentando como si estuvieras en la tienda. Yo que sé, aceites o cauchos o lo que sea que hacen los Ingenieros Mecánicos.

—No reparamos carros —murmuro con mal humor.

—La pregunta mía es, ¿por qué entráis en pánico con que te juzguen? —Bárbara se me queda mirando como si me estuviera leyendo la mente y ya supiera la respuesta, pero quiere que yo lo admita de mi propia boca.

Me levanto del taburete y salgo hacia el otro lado del mostrador, donde están ellas. Nuestros libros de texto están regados por toda la tienda, mucho peor que cuando estábamos en bachillerato. Las tres parece que escogimos las carreras con los libros más gruesos, y menos mal que es un sábado en la mañana tranquilo porque entre tanta perolera casi no se ve la mercancía.

Supongo que Valentina estudiando derecho va a tener que hacer muchas presentaciones durante toda la carrera. También discursos, debates, discusiones. Para todo eso se requiere carisma y confianza que le sobran. En el caso de Bárbara no son tanto esos tipos de oratorias sino más como tener la astucia de dar siempre con las causas y tratamientos, con márgenes de error de vida o muerte. Ciertamente un nivel de presión inimaginablemente alto, y aún así mi prima se ve toda plácida y segura de sí misma.

De reojo noto mi reflejo en el espejo cuerpo completo que está en la esquina de la tienda. Mis jeans a la cadera, franela entallada, los ganchitos en el pelo que combinan con mi correa, me hacen ver bonita. Y si una se ve bonita, se tiene que sentir bien, ¿cierto?

Lo malo es que la ilusión se cae cuando tengo que hablarle a un grupo. Ahí es cuando me acuerdo que no importa lo bien que me intente vestir, mi ropa no es de súper calidad ni exclusiva, mi nariz es un poco chata, no soy muy alta, mis caderas son muy anchas, no tengo un apellido europeo, no fui al mejor liceo, mi familia no tiene suficiente dinero como para que nuestros carros tengan aire acondicionado, uso el mismo morral desde que empecé el liceo, no hablo varios idiomas...

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now