Capítulo 4

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PASADO 3

El horario de clases universitario es un disparate. Este semestre nos tocan todas las clases en la tarde, pero hay un día donde solo tenemos una clase larga, otro día tenemos toda la tarde llena de clases, y hoy nos tocan solo dos clases pero con hora y media de por medio. Eso no le da tiempo a nadie de irse a su casa a descansar de este calor del coño, así que Javier, Erika sin acento y yo decidimos pasear por la facultad para conocerla.

—¿A la derecha o a la izquierda? —pregunto cuando salimos del salón de clase.

—Por la derecha —asegura Javier, asintiendo para sí mismo—. Vine por ese lado el primer día y hay cosas que ver.

—Pues vamos.

Erika entrelaza sus brazos entre los nuestros, caminando en medio hacia el llamado Pasillo General. Es muy ancho, con pisos de granito limpios pero gastados por el tráfico de muchas generaciones de estudiantes. Las paredes son todas hechas de bloques de concreto con huecos por donde no entra ni una brisa, así que siento alivio cuando Erika nos suelta.

Parecemos turistas haciendo una primera pausa para observar los diferentes caminos de una encrucijada. A la izquierda hay otro pasillo, más estrecho pero muy largo y algo oscuro. Al frente hay como una taquilla, a su izquierda una salida alta y ancha flanqueada por portones abiertos, y luego a su izquierda unas escaleras. Hacia nuestra derecha se ve otra salida grande. Y hacia el frente continúa el pasillo.

—Carajo, hay muchas opciones.

—Sigamos recto. —Erika levanta los hombros, a modo de que tampoco es la decisión más crucial de nuestra vida.

Así que seguimos recto. A la derecha, la salida grande parece dar con una plazoleta. Luego pasamos una puerta con un letrero que dice Centro de Estudiantes. Hay un grupo de chamos congregados fuera de ese salón y todos tienen cara de que si nos acercamos, nos comen.

—Y la tuya también —murmullo con sarcasmo.

Javier me lanza una mirada divertida. Como que pensaba lo mismo.

—Oí que esos son los dirigentes estudiantiles —murmura Erika para que solo nosotros escuchemos—, y que lo mejor es ignorarlos.

—¿Dónde oíste eso? —Mis cejas se levantan.

—Me lo dijeron algunos del semestre de arriba.

—¿Qué más tips te dieron? —Mientras Javier pregunta, llegamos casi al fondo del Pasillo General y a la derecha descubrimos otro pasillo largo, my parecido al Ala A donde tenemos nuestras clases. Creo que ésta es el Ala B.

—Bueno, también me dijeron qué profesores evitar el semestre que viene.

—Vaina, yo no he conocido a nadie —comento yo, como si eso fuera lo más importante.

—O sea, ¿nosotros somos nadie? —Javier succiona aire de forma exagerada. Le doy un golpe suave en el brazo con el reverso de mi mano.

—No te hagáis el loco —hago pausa para poner los ojos en blanco—, yo vi que en la lista de asistencia pusiste tu nombre completo y es Javier Nadie Fernández.

—Me agarraste. —Su risa es armónica, con voz profunda y cálida. Me da escalofríos por toda la espalda y las mariposas se asientan en mi estómago.

Pongo toda mi atención en el tour, consiente de que mi corazón late como si en vez de estar caminando a ritmo plácido estuviera trotando.

«Deja la guebonada», le ordeno a mi corazón. Hay que enfocarse en los estudios, no en chamos. Con tantos alrededor la distracción sería demasiado peligrosa.

Con la maleta llena de sueños (Nostalgia #2)Where stories live. Discover now