Capítulo veintiséis | VO

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Anna agradeció en silencio que los días en el hospital transcurrieran con rapidez. Le tocó pasar una larga semana en cama, comiendo bajo en sal y durmiendo demasiado. Gracias a Dios, hoy le habían firmado el alta.

Sin embargo, concluyó que estar en el hospital no era tan espantoso. Su familia pasaba gran parte del día con ella, al igual que Zowie y Peete, quienes venían después del trabajo.

Y Charles, que se quedaba a dormir para irse en la mañana a Buckingham y regresaba en la tarde con un ramo de rosas distinto. Le entristeció pensar que se marchitarían, pero dicha tristeza desaparecía al ver una rosa de plástico exactamente igual a las otras en medio del ramo.

Una de plástico, para que nunca se marchitara. Hacía un gran esfuerzo para no echarse a llorar.

Estiró las piernas en el interior de la limosina. Aún le dolía un poco hacer cualquier movimiento extra. Acomodó la cabeza sobre el hombro de su hermano. A dónde irían era un misterio, porque la limosina no tomó el camino hacia su casa o hacia Buckingham.

Lo único que sabía es que su familia, Peete y Zowie iban con ella. Solo faltaba Charles. Se le hizo muy raro que no pasara por ella personalmente. Solo envió una limosina.

―¿A dónde vamos? ―preguntó.

Los seis pares de ojos voltearon hacia ella.

―¿Qué no lo sabes tú? ―preguntó Abraham.

―No. No he hablado con Charles desde la mañana.

―Pues deberías. Son casi las tres de la tarde y no sabemos a dónde vamos.

Anna notó que la limosina giraba hacia la izquierda. Observó por la ventana los amplios jardines de entrada a la Avenida London Dry. Frunció los ojos y se remojó los labios. ¿Qué hacían allí? Las villas en London Dry eran las de mayor precio en el mercado, sin mencionar que contaban con una seguridad de oro y la privacidad era...

Chasqueó la lengua cuando la comprensión dio su salto de gracia.

―Oh, Charles Queen ―murmuró entre dientes―. Maldito multimillonario.

―No estarás insinuando que compró una de estas villas, ¿verdad? ―Alice comenzó a gritar―. ¡Estas villas con carísimas! ¡La más económica cuesta casi dos millones de libras!

―A estas alturas no me sorprendería.

La limosina avanzó calle arriba. Los primeros cinco minutos, Anna intentó adivinar cuál de las cinco casas que habían dejado atrás era la de Charles, pero la limosina no se detuvo frente a ninguna. Solo avanzó y avanzó.

Diez minutos más tarde la limosina detuvo la marcha. Observó por la ventanilla una torre de vigilancia a ambos lados de la propiedad, en cuyo interior flanqueaban la entrada dos guardias. El chofer cruzó unas rápidas palabras con ambos y los portones se abrieron para permitirles el acceso. Le sorprendió la rapidez con la que el chofer había abandonado el auto y abierto su puerta en cuando se detuvo. Apenas se movió, lo vio a él, de pie a pocos pasos de la limosina. Llevaba las manos cogidas a la espalda. No pudo ignorar por ningún motivo la ropa que llevaba puesta: una camisilla y pantalones largos deportivos grises.

Se acercó con movimientos ágiles, lo que a Anna le parecía un poco gracioso. ¿Cómo alguien con pantalones deportivos podía lucir al mismo tiempo elegante?

Charles se inclinó un poco e introdujo la cabeza al interior de la limosina. Saludó a cada uno con una sonrisa.

―Supongo que estás contenta por haber dejado el hospital ―musitó contento.

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now