Capítulo 30 | Borrador SP

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―Bien, brazos arriba ―le ordenó

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―Bien, brazos arriba ―le ordenó.

Anna obedeció con un poco de pereza. Despegó los labios para expulsar un largo bostezo mientras él le deslizaba la camisa por los brazos.

―¿Pijama de pantalón largo o corto?

―No sé. Solo quiero dormir.

―No voy a dejarte en ropa interior. Está haciendo frío.

―Siempre hace frío.

Anna gruñó de alivio cuando Charles le quitó el sujetador.

―Tú tienes suerte de no ser mujer. Esa cosa es una tortura.

Charles soltó una suave carcajada.

―Iré a buscarte ropa. No me tardo.

La acomodó mejor en la cama, depositándole un beso en la frente, antes de irse en dirección al armario. En aquel instante, mientras accedía a él, Charles recordó la primera vez que bajó en compañía de Anna. Ella había dicho que aquel lugar era una locura.

Para acceder al armario, debían bajar por una pequeña escalera. Era una habitación bastante amplia. Las escaleras, así como el suelo, estaban forradas por alfombras de un color crema bastante claro. En las paredes se encontraban los estantes para los zapatos ―a su izquierda los de ella. El pasillo que tenía en frente estaba destinado para todos los trajes elegantes que le hizo comprar cuando ella era, aún, su asesora, muchos de ellos sin usar. Doblando rápidamente hacia su derecha, se encontró con otro largo pasillo donde estaba la ropa de Anna. Al final, vio un estante forrado de elegantes joyas y bolsos que Anna ni siquiera había querido tocar. Continuaba usando su vieja ropa: los jeans gastados, las camisetas de mangas largas, zapatos cerrados de distintos colores. Nada de chaquetas de cuero, joyas de treinta mil libras o bolsas de diseñador.

Desde el momento en que vio todo aquello, se rehusó completamente a utilizarlo, y ha cumplido su promesa. Cualquier otra mujer habría enloquecido de felicidad. Pero Anna, desde luego, no era como las demás. Si querías llegar a ella, no conviene llevar nada que pueda representar cuánto dinero cargas en el bolsillo. Debía procurarse darle detalles pequeños, inofensivos económicamente, y ella los conservaría como si se tratase de algún tesoro.

Se acercó al Estante Común, como ella solía decirle, donde se encontraba la ropa que, generalmente, más usaba. Vio el pijama extra grande que le gustaba, y el que tanto él odiaba. No importaba cuantas veces intentara hacerla usar uno de esos pijamas de seda, Anna se levantaba de la cama, bajaba al armario y se ponía el pijama de dos piezas (camisa de mangas largas y pantalón extra largo). Debía ser dos veces su talla. Ella era tan absurdamente pequeña que se perdía entre la tela.

Pero ahora, lo que necesitaba era todo aquello que la hiciera sentirse cómoda y tranquila. Así que tomó la carpa a la que ella llamaba pijama y giró sobre sus talones para devolverse a la habitación.

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora