Capítulo veintitrés | VO

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Cuando abrió los ojos esa mañana, la mujer más bella que había visto en su vida dormía plácidamente envuelta entre sus sábanas.

Le asustó moverse, moverla, y arruinar aquella maravillosa imagen. Podría acostumbrarse a que fuera su rostro lo primero que viera al despertar.

Estiró el brazo hasta el pequeño buró hasta alcanzar su teléfono. La parpadeante luz de la cámara hizo que ella se moviera, se despertara, abriendo los impresionantes ojos verdes que había visto segundos antes de quedarse dormido la noche anterior. Observó la fotografía en el teléfono antes de dejarlo sobre la cama.

―Buenos días ―susurró.

Anna gruñó algo incomprensible, pero él sonrió como si hubiese captado el mensaje.

―Tal vez debía asegurarme que tuvieras la taza de café lista antes de despertarte ―sonrió.

A Anna se le escapó una risita.

―Eso me habría gustado ―se movió en la cama para acurrucarse junto a él―. Esto me gusta más.

Charles descansó los brazos sobre ella.

―¿Qué tal dormiste? ―le preguntó él.

―Como toda una reina.

―¿De verdad? ¿Qué te hace pensar que la reina duerme muy bien? Porque yo he visto a Tessie merodear por el palacio sin poder dormir, casi comiéndose...

―Es solo una expresión, Charles ―rió―. Supongo que para la realeza no existe humor en ese tipo de chistes.

―¿Vas a comenzar con tus insultitos tan temprano en la mañana?

Anna se escondió en la curva de su cuello para soltar una carcajada.

―¿Qué tiene el regente en agenda hoy? ―preguntó.

―Me reuniré con mi padre para discutir algunos asuntos. Ponerlo al día, quiero decir.

―Mm.

Charles tenía una cosa muy clara: si no se levantaba de la cama, ambos terminarían por quedarse dormidos.

―Voy a preparar el baño ―le susurró―. ¿La quieres tibia o caliente?

―¿Desde cuándo preguntas como quieres el baño?

―No lo sé. Probablemente desde que duermes conmigo.

Se movió rápidamente en la cama, aplastándola con su peso, mientras le depositaba un ruidoso beso en el cuello.

―Charles ―gruñó ella―. No eres nada liviano.

―Lo sé ―llevó sus labios hasta su boca para separarse―. No te duermas.

―¿Me pondrás un impuesto si lo hago?

―No. Algo peor. Algo mucho peor.

―¿Qué puede ser peor que un impuesto?

―Si te duermes lo averiguarás.

Charles pone los ojos en blanco y da la discusión por terminada. Apenas pone un pie dentro del baño, le vuelve a inundar la misma sensación extraña de los últimos días.

¿Qué había diferente? Era el mismo baño, la misma tina, la misma decoración. Siempre estaba igual de limpio, igual de ordenado. ¿Por qué se veía distinto? Era la misma pregunta que se hacía cada mañana desde hace una semana. ¿Qué cambió hace una semana?

Y esa última era la pregunta que no se había formulado, aquella que guardaba la respuesta a la anterior.

La semana pasada le había pedido formalmente a Anna que se mudara con él. Aún tenía en su mente las expresiones de pura sorpresa en su rostro, los mil y un intentos de pronunciar una palabra coherente. Sobre todo, recordaba con precisión aquella declaración que se le había escapado accidentalmente y que, por primera vez en su vida, no lamentaba.

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora