Capítulo siete | VO

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Una hora entera conduciendo por las calles ¿Cómo es que esa mujer aún no había comenzado a rechinar los dientes por la irritación? No había como saberlo. Sin embargo, la suya aumentaba por segundos. Sin importar cuanto lo intentara, la voz de su padre estaba gruñéndole en la cabeza.

Vas a comenzar a recibir un adiestramiento.

¿Acaso era una broma? ¿Un adiestramiento? Desde hace mucho tiempo había dejado de tomar clases. Ni siquiera había vuelto a pensar en la universidad ¿Para qué? Solo perdería el tiempo. Siendo el hijo del rey, lo único a lo que debía aspirar era convertirse en el siguiente líder real.

Si crees que no estás listo, pues te prepararás.

¿Prepararse para qué? ¿Para sentarse en un cómodo y ostentoso asiento mientras el sistema parlamentario gobierna un país en nombre del rey? Para nada. Era un total absurdo ¿Qué conseguiría él haciendo una cosa así? Su padre no estaba contemplando las cosas con la vista clara. El sistema de gobierno parlamentario le ha quitado poder al rey. Ahora eran simples fichas de ajedrez. El rey: importante, pero absoluta y totalmente inútil.

La limosina hace un lento movimiento a la derecha. Observa por la ventana los edificios altos, la gente caminando despreocupada (la mayoría con un enorme vaso de café) y la particular alegría de quien tiene un buen día. Lo que no ha tenido en mucho tiempo. Las mañanas se le van en pelear con su padre, o con sus hermanastras o con molestas e indiscretas taxistas.

Aparta la vista de la ventanilla y observa la mujer al volente. Sí, había supuesto que el vestido acabaría ridiculizándola tras mostrar una terrible figura. Pero ¿de dónde demonios había sacado aquel cuerpo? Bien cuidado, perfeccionado, con las curvas adecuadas en los lugares adecuados. Y su piel, su brillante piel, perfecta como el mármol, de una textura visual muy suave y exquisita. Oh, y sus ojos, un par de ojos verdes centellantes, y los dientes bien cuidados, y el mar de pecas en sus hombros.

―Basta ―gruñe para sí en su mente―. Es esa mujer, la que te ha humillado, la que te ha tratado como un infructuoso y mimado niño rico.

Agita la cabeza. Ella es exactamente igual a una rosa. Es hermosa, pero posee peligrosas espinas. Espinas que duelen y que al final dejan heridas.

Como su madre, la más valiosa rosa de su jardín, ahora marchita, enterrada a tres metros bajo tierra.

El claxon hace que dé un salto en el asiento.

―La gente está harta de ver accidentes en las noticias, pero nunca miran al cruzar la calle ―la escucha decir.

Él pone los ojos en blanco.

―¿Dónde estamos?

―Eh. En la Calle Chapel. No ha decidido un destino, así que he dado vueltas por las calles cercanas al Palacio por si desea volver a casa.

Charles se pasa ambas manos por el rostro.

―Es al último lugar que quisiera volver ¿Hay un lugar tranquilo cerca de aquí?

―Está el parque Belgrave.

―Algo tranquilo ―se frota las sienes―. Dije algo tranquilo ¿Cree que un parque es un lugar tranquilo?

Anna rechina los dientes.

No le contestes, no le contestes...

―Creo que, lo que yo considero tranquilo, usted no.

―Bueno, ¿qué me dice de un bar? ¿Hay uno cerca?

―Pero apenas son las nueve de la mañana.

―¿Le estoy pidiendo permiso?

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora