42. (IM)PERECEDERO

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La semana transcurre en una vorágine de obligaciones e imprevistos que nos mantienen ocupadas y estresadas

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La semana transcurre en una vorágine de obligaciones e imprevistos que nos mantienen ocupadas y estresadas. Dormimos poco y la rutina comienza a apoderarse de las horas. Ya no hay películas antes de acostarnos, siestas en el sillón ni largos ratos recreando recetas interesantes en la cocina. Aunque he podido realizar casi todas mis tareas desde el apartamento, las tardes se diluyen en el encierro de mi pequeño estudio.

Reviso la hora y apago la laptop. Son casi las ocho de la noche. Me pregunto qué habra hecho Nina hoy. Quizá salió a dar una vuelta por la zona o encontró alguna buena lectura en internet. Es posible que haya visto televisión en volumen bajo o que haya tratado de buscar empleo desde su teléfono. Si no fuera porque deberá marcharse pronto, le habría ofrecido comprar una portatil pequeña que sea suya.

"Tal vez sería buena idea ofrecerle una de todas formas. Le vendría bien", pienso y me pongo de pie.

El cielo ya se ha oscurecido y las pequeñas luces artificiales de la ciudad asoman en la lejanía, a través de la ventana. Tengo ganas de salir a caminar, de sentarme frente al mar con los pies en el agua, de respirar aire fresco.

Voy hacia la sala y busco a Nina con la mirada. Descubro su silueta fuera, sentada en el balcón y envuelta en una pequeña manta gris. En una mano sostiene su taza de café, la otra descansa sobre su regazo. Tiene la mirada en algún punto del paisaje, o quizá en ninguno.

Me aproximo al ventanal y lo deslizo hacia el costado con cuidado.

—Hey... —saludo, agotada.

—¿Qué tal tu día?

—Aburrido, ¿el tuyo?

—Monótono... solitario —suspira—. ¿Ya terminaste con todo por hoy?

—Sep.

—¿Quieres que cocine algo?

Me llevo una mano a la barbilla, pensativa, y apoyo la espalda contra el barandal. Muero de hambre, ese es un hecho. Pero no quisiera que ella se esforzara por mí, que luego lavara lo que ensuciemos y demás.

—Vayamos a cenar por ahí —sugiero—. ¿Qué se te antoja?

—¿Eh? No sé... —parece sorprendida—. ¿Algo rico?

—Vamos, escoge. ¿Algo en particular que te apetezca? Eres mi invitada, después de todo.

—Uh... mmm... no sé, ¿sushi? —Bebe un sorbo de su café.

—¡Sí! Me encanta. Pásame tu teléfono así llamo para ver a dónde ir y si necesitamos reservación. —Señalo el aparato, que está apoyado en el suelo, junto a la silla.

—Claro, toma. —Me lo pasa—. Nada demasiado... elegante, por favor. No tengo ropa formal.

Asiento y abro el mapa para ver qué opciones tenemos. Encuentro cinco restaurantes en la zona, todos con buenas reseñas. Recuerdo que fui a uno que me gustó mucho hace como tres años, e intento identificarlo por las fotos. Algo que me llama la atención es que la mayoría tiene nombre de ciudades o prefecturas de Japón, y se me confunden.

★ (IN)HOOMAN  ★  [BILOGÍA COMPLETA]Where stories live. Discover now