9. Deben gustarle los animales

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La casa de Sebastián se ve, por fuera, igual que cualquier otro hogar de la zona. Por dentro, sin embargo, es como cruzar a otro universo.

Hace algunos años se les ocurrió hacer una remodelación completa. Por sorteo, cada miembro de la familia recibió una o dos habitaciones —además de su propio cuarto— para decorar a su gusto. Y, como no podía ser de otra forma, cada quien tuvo estilos completamente distintos.

Al ingresar, lo primero que vemos es la sala de estar, con su empapelado floreado y adornos en forma de gatos por todos lados, pareciera el espacio de una señora anciana que se la pasa tejiendo, pero ha sido idea de la madre de mi mejor amigo.

Más allá, está la cocina, diseñada por la hermana mayor. Con un estilo moderno y minimalista, todos los muros son blanco salvo por uno que ha sido pintado con rayas verticales gruesas en naranja. Los muebles oscilan entre ambos tonos, la mayoría pálidos y los detalles como si fueran mandarinas. Todo allí va a juego y tiene su sitio.

Doblamos a la derecha hasta las escaleras que conducen al sótano, donde se encuentra el cuarto de Sebastián. Es el recinto más grande de la casa, aunque no tiene ventanas y siempre hace frío. Para él es casi como tener un apartamento propio.

El sitio está abarrotado de cosas por todos los rincones. Es casi imposible saber de qué color son las paredes porque en todas ellas hay posters de viejas películas, recortes de revistas o primeras ediciones de comics enmarcadas como tesoros. Estanterías de vidrio muestran naves espaciales a escala y yo qué sé cuántas cosas más como si fuera un museo. Hay luces de colores en cada sector en lugar de una lámpara central y el techo negro con estrellas pareciera inalcanzable. Ha convertido el ropero en un librero con un gran proyector que apunta a la única pared que tiene espacio libre y sobre la que pone sus videojuegos y series de los últimos años; debajo, un televisor viejo se conecta a un reproductor de VHS y a consolas del pasado. La cama está en un rincón, olvidada. Hay un futón que usamos frente al proyector y que sirve de cama si alguien se queda a dormir aquí, y también hay una mesa llena de cosas sobre la que se juega a Dungeos & Dragons y a otras actividades. Es su pequeño paraíso y, en verano, es el sitio más fresco en el que se puede estar.

—Wow —murmura Noah, sorprendido. Su mirada se pasea de un lado al otro con curiosidad.

—Lo sé, yo también me sorprendí la primera vez —bromeo—. Es más, hay veces en las que todavía me asombro.

—Está genial.

—Gracias. —Sebastián se levanta del futón y viene a recibirnos.

Azul, como siempre, está ocupada quitándole el polvo a algún estante. Ella está obsesionada con la limpieza y se pone nerviosa al ver cómo los adornos y los objetos acumulan suciedad. Hemos intentado detenerla un par de veces, es imposible.

Elliot, por su parte, lee un comic. Está sentado sobre la alfombra y creo que ni ha notado que llegamos. Él dice que no le interesan mucho estas cosas nerds, pero todos sabemos que no es cierto. Siempre que viene encuentra algo que llama su atención.

—¿Cuál es el plan para hoy? —pregunto mientras me dirijo al futón.

—Me acaba de llegar por correo uno de los primeros juegos multijugador de la historia, es para cuatro personas y podemos tomar turnos, ¡hasta hacer un torneo! —dice Sebas, emocionado—. Se llama Warlords y es para el viejo Atari 2600.

—¿Bromeas? —Me decepciono—. Esos juegos son solo palitos y circulitos de colores, no tienen chiste.

—Es un clásico —insiste él. ¿No crees? —busca el apoyo de Noah.

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Where stories live. Discover now