22. Debe ser generoso

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Noviembre pasa con prisa y ya no quedan muchas atracciones abiertas para disfrutar al aire libre. El invierno se cierne con fuerza sobre el norte de Nueva York. Aquí no hay edificios ni fábricas, así que el frío se siente con más intensidad que en la ciudad. La primera nevada de la temporada está prevista para la semana que viene, y espero que no sea una gran tormenta porque detesto tener que palear el camino para que mis padres puedan conducir sus coches en la mañana siguiente.

No odio el invierno, pero tampoco me encanta. La ropa abrigada y las chocolatadas calientes son mi parte preferida de esta época del año. Además, hay bastantes fiestas y feriados que me brindan tiempo libre para descansar, estudiar o salir con mis amigos. Como cada estación del año, tiene sus ventajas y sus desventajas.

El único gran problema es la nieve. Se ve preciosa en fotografías, puede ser divertida cuando eres un niño pequeño y hasta reconforta si estás encerrada en tu casa viéndola caer por la ventana. Sin embargo, una vez que sales al exterior... la cuestión es otra. Los aparcamientos se llenan de lodo sucio por las botas de los transeúntes. El suelo en algunas zonas se congela y se vuelve resbaloso; la cantidad de accidentes que esto causa es increíble. Y palear es la tarea del hogar que más me disgusta. Me hace doler la espalda y siempre termino resfriada. Prefiero limpiar el inodoro antes que quitar nieve.

Soy friolenta. Incluso con guantes, gorra y bufanda me congelo cada vez que mi cuerpo se aproxima a esa horrible masa blanca y helada. Solo pensar en ello me hace estremecer.

—¿En qué piensas? —pregunta Noah, curioso ante mi gesto.

Estamos sentados en nuestros pupitres mientras aguardamos por el profesor de Literatura. La clase debería haber empezado hace un rato, pero el docente no llegó todavía.

—En la nieve.

—¿Mente en blanco? —interpreta él.

—No no. Es que pronto va a nevar.

—Ahh, ¿cómo se siente la nieve?

—Fría —bromeo—. Es horrible.

—Se ve bonita en las películas. Y muy romántica —insiste él—. Me imagino qué tan especial sería abrazarnos mientras nieva, con las narices coloradas por la baja temperatura y... ya sabes, esas cosas que se ven en la televisión.

—Ese es un invento de la ficción. En la vida real es un asco. Palear nieve es casi tan desagradable como cuidar de ese bebé de mentira que nos dieron el mes pasado —bromeo—. Un dolor de cabeza y de espalda.

—¡No hables así de Emma! A mí no me pareció tan malo tenerla con nosotros, y eso que yo era el que le daba el biberón falso en medio de la madrugada mientras tú dormías.

—Eso es porque no necesitas descansar —me quejo—. Si el objetivo de ese proyecto es hacer que los adolescentes deseen jamás ser padres, pues lo han conseguido conmigo. Una semana de esa tortura fue más que suficiente para mí. No quiero volver a cuidar de un bebé en mi vida.

—Yo sí lo disfruté.

Nuestra conversación queda interrumpida cuando alguien entra al salón y golpea la pizarra. Giro mi cabeza hacia allí y descubro que se trata de la secretaria del secundario, la mujer que se encarga de llamar a nuestros padres y llevar el papeleo.

—Tienen hora libre. El señor Beackrod no podrá venir hoy y no hay quien cubra su materia.

Se oyen algunos vítores mientras nuestros compañeros toman sus pertenencias y se apresuran a salir de aquí. Yo también, por instinto, me pongo de pie.

—¿Qué planeas? —pregunta Noah.

—No lo sé, ¿quieres ir al café que queda a un par de kilómetros de aquí? Sus desayunos son muy buenos y todavía es temprano. —Hago una pausa—. O podríamos regresar a mi casa y descansar un rato. Lo que sea que nos permita salir de aquí y disfrutar de los últimos días antes de que empiece a nevar.

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Where stories live. Discover now