31. Debe besar bien

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Azul está dormida en el sillón, parece que últimamente siempre tiene sueño y hambre. Se la nota agotada y sin energía a menudo. No son siquiera las once de la noche. Una pequeña curvatura comienza a asomar en su vientre, debajo del sweater ajustado. O quizá solo es mi imaginación porque sé que allí está creciendo un bebé.

Elliot y Noah compiten en un videojuego de lucha desde hace casi dos horas. Empezó con la promesa de que ganaría el mejor de tres. Luego el mejor de cinco. Y así sucesivamente hasta que perdieron la cuenta. No se rendirán hasta que haya un claro vencedor. Cada tanto, mi novio estornuda y eso le da la ventaja a su oponente. Supongo que debe haber pelos de gato en el futón.

Aunque me gustaría que Noah pasara más tiempo conmigo en estos momentos, previo a su posible desaparición, he decidido dejar de lado el egoísmo y dejar que disfrute a su manera de la noche. Que coma, que juegue y que ría con el resto del grupo.

Sebastián acaricia mi cabello como si tuviera lástima, o como si yo fuera su mascota.

—No sé qué hacer —susurro para que solo él me oiga.

—Lo que creas mejor cuando llegue el momento, Amy —responde mi mejor amigo.

—¿Tú qué harías en mi lugar?

—Yo creo que "Nadie quiere vivir para siempre enjaulado.". —reflexiona él.

—Esa frase me suena conocida.

—Es de El jorobado de Notre Dame, esa película seguro la viste.

—Obvio que sí. Las de Disney las conozco casi todas —bromeo—. En especial las clásicas.

—¡Muere! —exclama Elliot. Presiona tan fuerte sobre el controlador que podemos oír los botones con claridad a pesar del sonido de la televisión.

—¡Yo soy más ágil! —replica Noah, que juega con la misma intensidad—. No voy a perder.

Arqueo una ceja e intento seguir lo que ocurre en la pantalla. No sé quién tiene qué personaje, así que es complicado.

—Psst —llama Sebastián, casi inaudible—. ¿Y si les desenchufo la consola con disimulo?

Sonrío ante su idea, pero no le doy una respuesta. Que haga lo que desee.

Pasados algunos minutos, Elliot gana la partida y es ahí que mi mejor amigo se pone de pie y finge tropezar con el cable cuando de camino a las escaleras que conducen a la planta principal de la casa, y al baño.

—¡Oye! —se queja el vencedor—. ¡Lo hiciste a propósito!

—¿Quién? ¿Yo? —Sebastián exagera con dramatismo para que quede en claro que es cierto—. No, ¿cómo se te ocurre? Solo iba a hacer pis, pensaba traer algunos dulces de la cocina a mi regreso.

—¿Qué hora es? —pregunta Noah.

—Las once con ocho minutos —respondo yo, con la mirada puesta en el teléfono.

Trago saliva. Falta menos de una hora para medianoche.

—Mis ojos necesitan un descanso, y no me vendría mal estirar las piernas —murmura mi novio—. Además, el pelo de gato me está matando —bosteza—. Un poco de aire fresco sería genial. Amy, ¿me acompañas a caminar un rato?

—¿A esta hora? —intento simular sorpresa y duda, no sé si me salga bien. A pesar de haber estado en el club de teatro creo que soy mala actriz—. Supongo que el frío podría ayudarme a mantenerme despierta hasta medianoche.

Ambos nos ponemos de pie con lentitud, como si intentáramos retrasar lo que haremos. Yo me calzo las botas de nieve y él sus zapatillas. No sé si regresaré sola o acompañada el próximo año, la incertidumbre me pide a gritos que no intente besar a Noah esta noche.

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Where stories live. Discover now