50. Convenciendo al miedo

6 2 0
                                    

CONVENCIENDO AL MIEDO

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

CONVENCIENDO AL MIEDO

Llego a la puerta del edificio de mi residencia. Busco las llaves en la mochila, rebuscando entre los cuadernos y bolígrafos. Cuando por fin las encuentro, puedo ver a través del cristal de las puertas que las luces están apagadas. Me sorprende que el área común esté a oscuras; siempre hay gente sentada en los sofás o jugando en las mesas de billar y ping pong.

Introduzco la llave en la cerradura y abro la puerta. Las luces se encienden y demasiada gente sale de todas partes.

―¡Herzliche Glückwünsche!

Intento sonreír ante la felicidad de todos y porque se hayan acordado de mi cumpleaños, pero la sorpresa solo me permite aplaudir un poco. Veo que Kait se acerca a mí con los brazos extendidos y una gran sonrisa.

―¡Feliz cumpleaños, cabrona!

Me abraza con fuerza y se separa un poco para mirarme de arriba a abajo.

―Joder, no he ido a clase para preparar esto, pero no sabía que mi ausencia iba a influenciar tanto en tu conjunto. ¡Haz el favor de subir a cambiarte y ponerte algo decente!

Pego un saltito y me abro paso entre todo el mundo, intentando llegar a las escaleras mientras cada persona que me ve se detiene a hablar conmigo. Ni siquiera sé de dónde ha sacado Kaitlyn a tanta gente, me he pasado el año sin hablar con prácticamente nadie y jodiéndole la vida al resto.

Al fin alcanzo las escaleras, y mientras subo hasta el quinto piso compruebo mis redes sociales. No es que yo suba nada, pero mata el aburrimiento.

Tengo que detenerme en seco en mitad de un tramo de escalones al darme cuenta de que Nox ha escuchado mi audio. Hoy ha escuchado mi audio.

Ese audio donde me dejé el alma y el corazón, abiertos de par en par para decirle toda la verdad. Ese audio que pensé que ya nunca escucharía.

Subo el resto de pisos corriendo, y en cuanto alcanzo mi habitación abro de un empujón y tiro mi mochila al suelo. Me arrodillo frente a mi cama y saco los dos botes de cristal que escondo debajo. Uno de ellos está lleno de notas de colores, que he ido sacando durante el año. El otro tiene una sola nota. De color dorado.

Abro el bote con manos temblorosas. De repente me parece que está demasiado bien cerrado. De repente no tengo fuerzas para abrirlo. Estoy a punto de estamparlo contra el suelo y hacerlo añicos cuando la tapa cede finalmente.

Saco la nota y la dejo en mis manos por unos segundos. Minutos. Miedo de nuevo. Miedo a que al abrirla sea la última. Miedo a dejar de tener una nota cada día que me alegre esas veinticuatro horas.

Cuando ya no puedo más, desdoblo la nota con todo el cuidado del mundo, igual que cada una de las que están en el otro bote; con el corazón en la boca y el estómago dando volteretas.

No me permito llorar y me aguanto las lágrimas cuando leo:

¡Felices dieciocho!

Cuando la luna encuentre su lugar. [✓]Where stories live. Discover now