3. Furor y una caricia

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FUROR Y UNA CARICIA

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FUROR Y UNA CARICIA

Salgo por la puerta dando un portazo. Oigo desde fuera cómo mamá da un golpe en la mesa. Escucho los pasos de mis padres entrando en su dormitorio. Y el resto es silencio.

Me siento en el borde del pequeño porche, a pesar de que hay una mesa con cuatro sillas.

Unos segundos después, escucho que mi hermano sale también. Él sí que se sienta en una de las sillas. Lo miro por encima del hombro y veo cómo se enciende un cigarrillo y le da una calada antes de expulsar el humo por la boca.

Suelto una risa seca.

—Es gracioso. Ni aunque papá y mamá supieran que fumas dejarían de creer que eres su «niño perfecto».

—No soy un niño.

—Ni perfecto, idiota. Pero de eso no te quejas, ¿verdad? Mientras mamá y papá lo crean, tienes la vida resuelta.

Vuelvo a mirar al frente sin esperar una respuesta. Nos quedamos unos minutos en silencio, solo se oye el sonido de las ramas de los olivos moviéndose por la brisa. Leo se enciende su segundo cigarro antes de hablar de nuevo:

—Podrías ponerte en sus zapatos.

Me paso las manos por la cara. No puedo haber escuchado bien. Tiene que ser una puta broma.

Me pongo en pie y lo miro a los ojos. Sus ojos siempre han sido más bonitos que los míos. Todo el mundo se lo dice. Más brillantes. Más verdes. Más llamativos. Todo él es más comparado conmigo. Porque solo había una persona que creía lo contrario, y esa persona ya no está.

Tardo unos segundos en hablar, no he dicho nada y ya estoy al borde del llanto.

—¿En sus zapatos, es en serio? ¿A cuáles te refieres exactamente? ¿A los de padres ricos que tienen una vida de lujo, a los de padres ricos que se entregan al trabajo para comprarse más caprichos que no necesitan, o a los de padres ricos de dos hijos aunque solo miman a uno de ellos mientras ignoran al otro? Perdóname por preguntar, es que no me queda claro.

—A los de padres que se desviven por sus hijos.

Ha omitido la palabra «ricos», porque para él lo que tiene es lo normal, y no algo extraordinario que haya que recalcar.

—Lo has dicho en plural —susurro, mirándolo a los ojos, esperando a que se de cuenta de su error.

—Por supuesto.

—No, pues perdona que a mí no me parezca tan obvio. Porque ¿quién se pone en mis zapatos? ¿Quién se desvive por mí? ¿Quién es, ahora mismo, esa persona que cree que soy la niña perfecta y me tiene en un pedestal? Te aseguro que nuestros padres no.

Me paso un brazo por la cara para limpiarme las lágrimas. Espero una respuesta. Por primera vez espero a que mi mellizo me responda. Estoy esperando una respuesta que no llega.

Cuando la luna encuentre su lugar. [✓]Where stories live. Discover now