7. Tres largos años...

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TRES LARGOS AÑOS

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TRES LARGOS AÑOS...

Me despido de todos. Ya, es hora de comer. No tengo ni idea de qué hacer. No me apetece comer en el bar.

Con mucho esfuerzo, me dirijo a mi casa. Entro por la puerta y no me sorprende en absoluto la imagen que me encuentro: Leo está en su dormitorio, sentado en la cama deshecha, con el móvil y los cascos puestos. Suspiro y me acerco a la nevera. Encontrarla vacía tampoco es una sorpresa.

Salgo de la casa sin que mi mellizo se percate de mi presencia. Vuelvo hasta el bar, pero entro en el edificio de recepción. Sonrío al encontrarme a Diana. Sale de detrás del mostrador y me sonríe también.

—¡Lea! Me alegro mucho de verte. ¿Qué tal todo? Siento mucho que vuestros padres hayan tenido que irse. Pero quiero que sepas que cualquier cosa que necesitéis, nos tenéis a vuestra disposición. —Entrelaza los dedos y se apoya en la mesa.

—Eh... Muchas gracias. Venía a preguntarte dónde se compra aquí la comida.

—Oh, claro. Hay que ir al pueblo que está aquí al lado. No está muy lejos, pero con el calor que hace es imposible ir andando. Iba a mandar a Verónica a comprar, ¿qué te parece si la acompañas y así compras lo que necesites?

Asiento, sin estar muy convencida. Ni siquiera sé quién es Verónica. Pero al parecer es mi única opción si quiero conseguir comida.

—Si no es molestia...

—¡No! Claro que no. Para eso estamos. —Se gira hacia el mostrador que hay tras la puerta—. ¡Veca, necesito que me hagas un favor!

Unos segundos después sale una chica que me deja con la boca abierta. Tiene el pelo negro a la altura de los hombros y unos ojos grandes azul oscuro impresionantes. Está mascando chicle. Tiene una mueca de disgusto, y aún así es guapa. Lleva una camiseta corta que deja a la vista su ombligo y unos pantalones demasiado cortos para mi gusto; pero es obvio que tiene un cuerpo envidiable.

Se acerca a Diana hasta detenerse a su lado. Me mira de arriba a abajo sin quitar su mueca de desagrado.

—Quiero que vayas a comprar. Y necesito que te lleves a Lea, que aún no puede conducir.

Se saca un papelito del bolsillo trasero de los vaqueros y se lo entrega. Ella bufa y me vuelve a mirar de arriba a abajo.

—Vale, supongo. —Hace una pompa de chicle y pasa por mi lado para salir. Al ver que no sigo sus pasos inmediatamente asoma la cabeza por la puerta—. Soy capaz de dejarte aquí si agotas mi paciencia, así que andando.

«¿Eso es tener paciencia?»

—¡Veca, no seas grosera! —le riñe Diana, aunque dudo que lo haya oído, porque ella toca el claxon del coche desde fuera.

Le sonrío con la boca cerrada antes de salir por la puerta. Verónica está fuera, dentro de una furgoneta azul. Mira al frente mientras hace otra pompa de chicle. Sigue teniendo una mueca de disgusto en la cara.

Cuando la luna encuentre su lugar. [✓]Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα