Capítulo 23

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PASADO 22

8:35pm

No sé cómo carajo logramos despegarnos. Pero solo hay que darle un vistazo a él, sin camisa y con tremendo problema en los pantalones, y a mí, con la falda subida a medio muslo y la blusa mostrando medios sostenes, y llegar a la conclusión de que hemos perdido el control.

Con rapidez impensable, Salomón me pone sobre mis pies y se lanza sobre su franela caída. Mientras él se viste, yo acomodo mi ropa hasta que queda en su sitio. Mi corazón late tan fuerte que lo siento en las cienes y de pronto me duele el chichote otra vez. Acomodo mi pelo que debe parecer un nido de chocorocoy después de que Salomón metió su mano en él. Él se estira la franela al frente hasta que más o menos cubre la evidencia de nuestros besos salvajes.

Todo esto ocurre en segundos. Los pasos se acercan cada vez más hasta que aparecen dos zapatos marrones y unas piernas en pantalón kaki. Yo estoy en una esquina de brazos cruzados y Salomón en la otra, con sus manos en los bolsillos de sus jeans. Y justo así nos consigue nadie más y nadie menos que...

El señor Sócrates, padre de Salomón.

Se apoya del techo del ascensor al agacharse y observa la escena con seriedad, sin soltar ni una palabra.

Una gota de sudor baja por mi espalda. Espero que mis labios no estén hinchados o mi cara roja como tomate, pero lo más probable es que así sea. Estoy segura de que el señor Sócrates sabe exactamente en lo que andábamos. Posiblemente estuviéramos haciendo ruidos un poco, este, indecentes, que escuchara mientras se acercaba.

«Trágame ascensor».

—¿Y aquí qué pasó? —pregunta con voz seca.

Estoy segura de que sabe. Estoy segura. Va a correr a decirle a mi mamá que me he portado como...

—El ascensor se quedó —explica Salomón en un tono sorprendentemente sereno.

«Sí, Luis» es precisamente lo que se ve reflejado en la expresión de su papá.

—Aja —espeta el señor Sócrates—, ¿necesitan ayuda?

En teoría no, porque sé que Salomón me puede levantar en sus brazos sin sudar ni una gota y sacarme por el hoyo que es bastante grande esta vez. Pero por otro lado, si seguimos en este ascensor vamos a terminar en pelotas y luego en la cárcel, así que sí, necesitamos ayuda para salir de aquí.

—Sí, por favor —contesto con la sonrisa más tierna que puedo ofrecer en un momento en que mi sangre sigue corriendo como lava por mis venas.

—Bueno, ya busco al conserje. —Se yergue por un momento pero vuelve a agacharse para clavarle los ojos a su hijo—. Y mientras tanto cuida a Valeria, que es una señorita y hay que protegerla, ¿okay?

—Sí, señor.

Muerdo mi labio. Una señorita que casi se come a su pobre hijo, más bien.

Salomón exhala todo el aire de su pecho cuando su papá baja las escaleras. Cuando me agarra observándolo se pone las manos contra el pecho como para cubrirlo.

—Deja de mirarme así, que soy un señorito y hay que proteger mi inocencia.

Bufo. Pero tantas mariposas revuelan en mi estómago como cuando me estaba devorando la boca.

Ese es el asunto con Salomón. No solo me despierta las hormonas sino que también le da vida a las fibras de mi corazón. Lo que siento por él no lo he sentido nunca por nadie más, y quiero, necesito poder expresarlo libremente. Parafraseándolo hace unas horas, necesito ser libre.

Extiendo mi mano hacia él. Sin dudarlo la toma en la suya.

—Quiero decirte algo.

—Soy todo oídos, Valeria.

—Me gustas mucho. Muchísimo. Y desde antes de que nos besáramos. —Sonrío con renovada timidez.

—Yo también —su voz se quiebra y la misma sonrisa bobalicona que tengo aparece en su cara.

—Quiero que salgamos juntos —continúo—, y que todo el vecindario sepa que somos pareja. Pero...

—¿Pero? —Levanta sus cejas con algo de pánico.

—Pero como te dije, no puedo ser otra más del montón. —Aprieto su mano para que sepa que no lo quiero dejar ir—. No voy a empezar algo con vos que pueda terminar. No quiero tener que mudarme a otro planeta pa' no verte ni en pintura. Y mucho menos quiero que nuestras mamás pierdan la amistad por nuestra culpa.

Salomón sacude la cabeza sin parar.

—No, yo tampoco quiero eso. —Vira para agarrar mi otra mano—. ¿Sabéis qué es lo que quiero, lo que siempre he querido?

—¿Qué?

—Empezar algo con vos y nunca acabarlo.

—Eso suena muy hasta que la muerte nos separe —río por lo bajito.

Y él no se suma.

De hecho, nunca lo había visto tan serio.

—Chito —ordena a pesar de que yo no he dicho nada—, deja de darle vueltas a la cabeza que no te estoy proponiendo matrimonio. Empecemos por ser novios y lo trabajamos un tiempo hasta que reúna plata pa' un anillo.

Pela los dientes en una sonrisa pícara pero dulce que me saca caries en un instante.

—¿Así de cursi te portaste con tus novias previas?

—No, este lado meloso es solo pa' vos.

—Debiste decir «¿qué novias? Yo solo tengo una».

—¿Y la tengo? —Pestañea inocentemente—. La una novia, digo.

Ladeo mi cabeza. Lo escaneo de arriba a abajo. Pauso estratégicamente donde se ven los vestigios de los mega jamones que nos dimos. Se nota que no ha estado pensando en chancletazos sino todavía en mi. Levanto los ojos hacia su sonrisa.

Me pongo en puntillas y le doy un piquito todo tierno, como quizás debió ser nuestro primer beso. Pero Salomón y yo nunca hemos sido muy convencionales que digamos.

—Sí, la tenéis —contesto contra sus labios y siento los suyos estrecharse en una sonrisa.

—¿Y no te molesta que la gente sepa que nos empatamos justo después de estar encerrados en este ascensor?

Abrazo su cuello y enseguida sus brazos rodean mi cuerpo.

—Que piensen lo que quieran. Lo que me importa es que al fin cumplí mi deseo.

—¿Cuál era?

—Que me besaras.

Una vez más, Salomón funde sus labios con los míos.

Al fondo de mi mente, una vocecita me dice «¿viste? Al final sí fue un día especial».

Al fondo de mi mente, una vocecita me dice «¿viste? Al final sí fue un día especial»

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Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Where stories live. Discover now