Capítulo 7

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PASADO 6

12:34pm

—Piensa en algo feo —sugiero.

Salomón tiene la frente pegada contra la pared sucia de concreto del edificio expuesto por las puertas abiertas del ascensor varado. Sus músculos se ven muy atractivos así tensos como están, pero sé que es porque está teniendo una batalla consigo mismo.

Una batalla que es más su culpa que la mía porque yo no soy la que le dijo que me desvistiera con los ojos. Pero bueno, no soy una odiosa sin compasión como para aclarárselo.

—La verdad ahorita no me funciona el cerebro.

—Este... —Pongo a trabajar el mío—. Piensa en un examen que hayáis raspado.

—Yo soy buen estudiante y paso todos mis exámenes. —Cada palabra sale tan ronca que tiene que aclararse la garganta.

Miércoles. No sabía que era capaz de prenderle la mecha hasta tal punto.

Mi corazón retumba al ritmo de mis propias hormonas aceleradas, así que el ejercicio también debe ayudarme. Respiro profundo intentando calmar mi pulso, excepto que eso me hace inhalar más profundamente el olor de Salomón en su franela.

—Ya lo tengo —anuncio—, imagínate el chancletazo que te va a dar tu mamá después de esto.

—Uy, eso sí es feo. —Suelta una risa—. Pero ya va, ¿por qué me daría lepe si nada de esto es culpa mía?

La señora Gabriela le daría semerendos carajazos si le cuento lo que ha pasado en este ascensor en detalle.

Okay, el contexto no sirve pero acuérdate de la última vez que saboreaste las suelas de sus chanclas.

—Miarma, nunca me la pegó en la boca.

—¿No? Qué lástima, a lo mejor hubieras aprendido a usarla mejor.

—Créeme que sé usar mi boca muy, muy bien.

—¡Salomón!

Él gime y colapsa aún más contra la pared.

—¿Y si nos quedamos en silencio un rato?

—Me parece bien —acuerdo—. Así te componéis vos solo.

Su pecho se expande con una inhalación profunda. Al exhalar sus hombros caen y casi pareciera como si estuviera triste. Con una mano se masajea la nuca y el cuello, quizás por el estrés de la situación. Quisiera poder darle unas palabras de ánimo, recordarle que no moriremos aquí y que con suerte pronto podrá ser libre para dedicarse a sus planes, pero no sé si con solo decir pío su cabeza lo retuerza todo con algún doble sentido.

Siempre pensé por sus chistecitos subidos de tono que a Salomón todo esto ya le daba igual. Verlo así de afectado —y lo que es más: avergonzado de la reacción de su cuerpo— casi me hace pensar que es más tierno de lo que aparenta.

O quizás siempre lo ha sido y soy yo la que lo he juzgado mal.

Darme cuenta de eso intensifica el coctel de emociones en mi barriga. Por un lado ya me sentía mal por los insultos que le lancé hace como una hora. Ahora tengo ganas de disculparme pero no sé cómo. «¿Me perdonáis por haber pensado que eras un gígolo sin corazón?» No, eso lo haría sentirse peor.

Y esas ni son las emociones más fuertes en mi interior. El miedo que le he tenido a Salomón por años ha sido a que me enamorara. Y viéndolo aquí sufrir por culpa de mi ropa interior está mellando mis defensas.

«No, Valeria. Esto son solo hormonas. Vos también sois culpable».

Me pongo a hacer ejercicios de respiración como él. Aprovecho para lanzar una oración al cielo por ayuda para salir de este ascensor y para no cometer un error con este chamo. En mi mente repaso lo que vi en clase esta mañana. Hago una lista de los parciales para los que tengo que empezar a estudiar esta tarde. Decido de qué color pintarme las uñas este fin de semana. Busco la memoria de la última vez que mami me lanzó su chancla, que sí me la pegó en la boca. Hago un plan para ayudar a Valentina con la maqueta que le mandaron a hacer en el colegio.

Abro los ojos y todo eso se va al caño, porque Salomón se ha dado la vuelta y ahora tiene la espalda apoyada contra la pared, una mano en un bolsillo y la otra como almohada entre su cabeza y la pared. Y con su brazo así doblado su bíceps se ve enorme.

—¿Ya mejor? —pregunto, expertamente ocultando que ahora soy yo la que está peor.

—Sí, la estrategia de pensar en algo feo funcionó.

—¿Qué fue lo que pensaste entonces? —Porque lo necesito yo.

—Me acordé de la vez que me caí y me fracturé el brazo.

Me encojo de solo acordarme.

—Quién te mandó a andar persiguiéndome por todas las áreas comunes.

Sonríe, ahora tranquilo y confiado como siempre, en vez de con hambre y no de comida como hace rato.

—¿Se te olvidó que te estaba persiguiendo porque te robaste mi perrocaliente?

—Ah, verdad. —Cubro mi sonrisa con una mano—. Aprovecho la ocasión para pedirte disculpas.

—Muy tarde pero igual te perdono.

De pronto no sé si seguimos hablando de aquella vez hace diez años. Hay tanto que nos hemos hecho el uno a la otra y viceversa...

—También perdóname por el insulto de hace rato —susurro bajando la mirada a sus gomas.

—Creo que fueron varios. Pero no hay rollo, yo sé que todo lo que nos decimos es en broma y nada en serio.

—Algunas cosas son serias. —Escondo la mitad de mi cara bajo el cuello de su camisa porque es mucho más fácil verlo a los ojos sin que sepa que me muerdo el labio de vergüenza.

—Valeria, yo...

Como si fuéramos perros, los dos volteamos la cara hacia el hueco y guardamos silencio absoluto. A la distancia se oyen unos pasos. Sin pensarlo dos veces, nos agolpamos hacia el hueco a pegar gritos.

¡Al fin viene alguien!

Qué lástima que ya llega alguien. Me voy a quedar con la duda de lo que iba a decir Salomón.

 Me voy a quedar con la duda de lo que iba a decir Salomón

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Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Where stories live. Discover now