Capítulo 15

84 24 2
                                    

PASADO 14

4:05pm

—Mamá por favor, necesitamos es salir de aquí. No hacer pipí en una ponchera —reclamo ahora con más seriedad ante la necesidad de apretar mis piernas.

—¿Y desde cuándo están aquí? —me devuelve ella de lo más tranquila, como si no se hubiera dado cuenta de que no aparecía hasta hace poco.

—Guao, ya veo lo mucho que te preocupaste.

—Estamos aquí desde las diez de la mañana —refunfuña Salomón con la misma voz de alguien que está intentando levantar el doble de su peso corporal.

—Ah, con razón. —La mamá de Salomón alarga la última sílaba como con lástima.

—¿De verdad no se preocuparon? ¡Y nosotros aquí sufriendo mientras pensábamos que a lo mejor estaban en pánico!

—La verdad pensé que te quedaste en la universidad estudiando —comenta mi mamá con la cara fruncida de vergüenza.

—Y como Salomón siempre va y viene como si su casa fuera un hotel, la verdad no le di gran importancia —aprovecha la señora Gabriela para decir con sarcasmo.

—Pues pa' que sepáis que, primero, tu compra de supermercado debe estar pudriéndose aquí como tu hijo —reclama el aludido—, y segundo, si alguien no nos saca de esta lata pronto te vais a quedar sin primogénito.

—Deja el drama que ya los que reparan ascensores están por llegar —refuta su mamá.

—¡Aleluya! —exclamo yo.

—¡Alabado Dios! —Salomón.

—Así que paciencia —remata mi mamá—. Ya traemos la botella y el embudo. Quédense aquí.

—No me gustó el chiste, mami.

Las dos se alejan entre risillas sin vestigio de compasión hacia sus pobres hijos que tanto han sufrido en esta calamidad.

Con dificultad me regreso a mi puesto en el suelo sobre el periódico y Salomón bufa.

—Ya veo que también te estáis meando. Eso te sale por burlarte mío.

—Lo merezco —concedo y aprieto mis piernas lo más posible. Por el momento es manejable, solo que no es buena idea reírme ni una sola vez más.

—¿Qué le dijo la uva verde a la morada? —Le lanzo una mirada amenazadora pero Salomón termina el chiste—: Respira, pajúa.

Aprieto cada fibra de mi ser. Mi quijada. Mi esfínter. Mi puño. Este último se lo meto en el brazo.

—Desgraciado.

—¿Sabéis cuánta leche da una vaca en su vida? —Salomón respira con cada vez más rapidez—. La misma que en bajada.

—¿Pero sois suicida? —chillo y aprieto un puño contra la boca para no reírme.

—No se llama suicidio sino justicia —masculla entre dientes rechinantes—. ¿Qué dijo la cereza cuándo se miró al espejo?

—Salomón, para por favor. Te lo ruego.

—¿Cereza yo?

—¡Noooo!

Me río. Me río y me duele en el alma. Veo estrellas de tanto hacer esfuerzo. Pierdo la capacidad de mantenerme equilibrada y colapso contra Salomón, quien se sacude no sé si de la risa o si también de tanto tensar cada músculo de su cuerpo.

—¿Cómo se despiden los químicos? —La pregunta le sale como un gemido—. Ácido un gusto.

—Te odio, te odio.

Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Where stories live. Discover now