Capítulo 16

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PASADO 15

4:47pm

—¡Al fin! —La exclamación no proviene de ninguno de nosotros sino del conserje desde el piso sobre nosotros.

—Se tardaron bastante —reclama el señor Olegario.

—Sí, disculpen pero hemos tenido mucho trabajo hoy con el apagón —responde el de la compañía de los ascensores.

—Y eso que fue uno de los cortos —contrapuntea mi mamá.

—Salomón —llama su mamá—, ¿lograste hacer tu necesidad?

—¡No! —llora el pobre, con todo y lágrimas rodando por sus mejillas. ¿O será más sudor?—. Y ahora mucho menos con toda esta audiencia.

—Ah, no mijo. Quién te manda. Tenías que haber aprovechado.

Salomón me mira con una expresión de abyecto horror. Como si el mundo estuviera de cabeza y él fuera el único al derecho. Y ahora sí lo entiendo.

El otro empleado de la compañía lleva rato jurungueando la maquinaria del ascensor. De vez en cuando le habla al otro por un radio que hace ruido cada vez que hacen cambio del uno al otro. Hay un tercero por algún lado haciendo algo. Todo el vecindario, la misma gente que por vaya usted a saber qué no nos oían los alaridos, han salido a monitorear la situación.

Aún si Salomón y yo lograremos superar nuestra pena y pudiéramos aliviarnos en tan cercana proximidad del uno y la otra, no lo haremos frente a todos nuestros vecinos.

—Solo quiero que sepáis algo —susurra Salomón por lo bajito para que solo yo lo oiga—, si me muero o si me orino aquí, por favor borra este día de tu mente. Acuérdate na' más de cuando fui cool.

—Nunca habéis sido cool.

—Bueno, invéntatelo —gime y gruñe a intervalos.

—Entonces yo igual. Pretende que siempre fui una chama con estilo y elegancia.

—Pero si yo me muero no me voy a tener que acordar de eso.

—Al menos no lo negaste, je, je, je. —Me río lentamente, enunciando cada sílaba para que mi esfínter no lo tome como una invitación a relajarse y pasarla bien.

El ascensor está hecho un desastre. Entre bolsas de supermercado con compras regadas por el suelo, papel periódico arrugado y mojado de sudor, o espero que solo de sudor. Nosotros damos asco, totalmente empapados y restregados de polvo y mugre. Y aparte damos lástima con esto de que no podemos ya ni sentarnos porque el solo movimiento nos engaña el cuerpo de que estamos en nuestros baños y no, qué peligro.

Esto es una pesadilla que nos va a atormentar por mucho tiempo. No sé si pueda montarme en un ascensor después de esto.

—Bueno, menos mal que esto le pasó a dos jovencitos y no a mí —comenta uno de los vecinos desde el piso como si no le oyéramos—, porque desde hace rato me hubiera hecho en los pantalones.

—¡Eso no ayuda! —ruge Salomón.

La gente se ríe.

De pronto suena algo extraño, como metal retorciéndose. El ascensor se mueve de golpe y en caída libre. Chillo y en reflejo mis manos se ciñen de algo. De otra mano. Salomón me atrae hacia él y me agarro con toda mi fuerza.

Al cabo de unos segundos solo suena nuestra respiración afanosa. Su aliento caliente golpea mi cuello. Yo tengo mi cara aplastada contra su pecho.

—¿Salomón?

—Aquí sigo.

—Ay menos mal que no nos morimos —exhalo.

Levanto mi cara. La suya está fruncida, no sé si a espera de un impacto mayor o por el urgente llamado de la naturaleza. Lo cierto es que el ascensor ha descendido otro poco y ya no queda nada de hueco. No hay más voces ni risas. Los únicos ruidos son del señor que sigue trabajando con la maquinaria sobre el techo de la cabina.

No sé de dónde sale el impulso pero como si estuviera viendo la escena fuera de mi cuerpo, noto mi mano despegarse de su pecho para quitar la humedad de su mejilla. Los ojos de Salomón se abren de golpe y esta vez no se aparta.

—Ya pronto salimos de aquí —le recuerdo—. Esta vez si nos están haciendo caso. Así que aguanta otro poco.

Traga grueso pero asiente.

—¿Y vos?

—A mí como que el susto me reseteó. —Sonrío temblorosa—. O sino me hice en los pantalones.

—Yo no le digo a nadie —susurra y cierra los ojos. Mientras se concentra en respirar, reposa su frente sobre la mía y me percato de varias cosas.

Una, mi mano sigue en su cara y ahora siento los crecientes bellos de su barba. Al correr mi pulgar por su mejilla los siento ásperos como una lija fina.

Dos, mi otra mano está explayada sobre su pecho. El corazón de Salomón golpea con fuerza, como si estuviera corriendo un maratón en vez de parado sobre sus pies.

Tres, sus manos circundan mi cintura. Y como me amarré su franela justo debajo de mi busto para refrescarme, sus manos reposan sobre mi piel desnuda y bañada en sudor. Quizás presiente que los nervios comienzan a despertar en mí, y en vez de dejarme ir me atrae hacia sí hasta que no queda espacio entre los dos.

Cuarta, cuando Salomón abre los ojos, así de cerca, siento más vértigo que si el ascensor se precipitara hacia un abismo.

—Valeria...

—¿Salomón?

Una de sus manos baja por mi espalda hacia la curva de mi cadera, hasta la pretina de mi pantalón que de por sí es demasiado bajo. El roce y el calor de su mano me arrancan un escalofrío. Inhalo su aliento y no puedo más. Cierro mis ojos y me levanto un poco en puntillas y...

El ascensor se sacude y mis labios aterrizan en su mentón. Otra vez se estremece y Salomón y yo nos abrazamos con el resto de nuestra fuerza.

Una corriente de aire acaricia mi piel y va seguida de un estruendo de aplausos. Abro los ojos para hacer sentido de lo que no tiene sentido.

Y al fin. El ascensor ha subido a la planta que teníamos arriba por horas. Una multitud nos recibe con aplausos y vítores. Pestañeo rápido porque esta realidad no me cuadra con lo que he vivido por horas y horas.

Me volteo y Salomón se ve tan estupefacto como yo. Sus ojos consiguen los míos y en ellos se reflejan emociones tan complejas como las que dan vuelta en mi estómago como licuadora. Alivio. Decepción. Fastidio. Júbilo. Ganas de llorar. Y de gritar. También de insultar a toda esta gente que nos abandonó un buen rato.

De pronto alguien silba así como hacen los hombres cochinos en la calle tirando disque piropos. Ahora soy yo la que da un brinco atrás, porque aunque me muero por besar a Salomón no será aquí. No así. Quizás nunca será.

En eso Salomón se retuerce otra vez.

—¡Permisooooo! —Se lanza sobre la multitud, sudado, sin camisa y vociferando para que la gente se aparte.

Mis ganas de llorar y de ir al baño compiten. Al final me aprovecho del esfuerzo de Salomón para seguir el camino que libró y mientras corro, ruego que me de tiempo y no pase más vergüenza de la que me he tenido que calar.

 Al final me aprovecho del esfuerzo de Salomón para seguir el camino que libró y mientras corro, ruego que me de tiempo y no pase más vergüenza de la que me he tenido que calar

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Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Where stories live. Discover now