Capítulo 20: Bla bla bla y puedes hacer lo que quieras

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El resto de las clases del día resultaron, como siempre, completamente metódicas, monótonas y sorprendentemente aburridas.

No estaba aprendiendo algo que no me hubieran enseñado en mis clases normales cuando iba a la escuela en el pueblo. Obviamente algunas cosas se me olvidaban pero la mayoría podía recordarlas.

Me parecía tedioso que el único que hiciera algo para mantener mi ritmo de aprendizaje fuera el señor M, y digo, en el pueblo lo entiendo porque, ¿cómo vas a hacer que un maestro se mueva al ritmo tan veloz de una sola estudiante contra el ritmo normal de los 50 alumnos restantes del salón?
¡Pero vamos! Aquí solo estaba yo para aprender, ¿no podían ser más como los maestros de Arthure?

Hablando de ese pequeño torbellino de sabiduría, fue muy chistoso verlo sentado junto a la puerta de mi aula, usando nada más que unos pantalones cortos amarillos.

Me reprochó que tarde demasiado y que en todo el rato que estuve en clase, hasta le dio tiempo de volver a desayunar.

Fuimos caminando juntos hasta mi habitación y una vez que llegamos se lanzó a la cama.

—Lara, si mi cama es enorme, la tuya es extremadamente enorme —dijo recostándose boca arriba y poniendo sus manos detrás de su cabeza.
—¿Verdad? Yo no sé porque termino yendo a tu cuarto a dormir cuando lloro, si podríamos venir al mío y nos sobraría espacio en la cama.
—De todas formas mi cama es muy grande y no nos apretamos como cuando vivíamos en casa de Ernest, ¿recuerdas?

Cómo olvidarlo.

Me dirigí sin decir más hacía el armario pero me detuve en seco al abrir la puerta.

¿Acaso habrán puesto algún traje de baño ahí adentro? No es una prenda muy usual aunque Areland sea un lugar rodeado de mar.

—Arthure, ¿de dónde sacaste el traje de baño? —me giré a verlo.
—Del cajón donde ponen mis calzones, ¿por qué?
—No sé si a mi me habrán puesto algún traje de baño.
—Si no tienes, solo métete en calzones —se enderezó para terminar sentado sobre la cama con las piernas cruzadas y con su cuerpo hacia mí.

Su torso estaba desnudo y a pesar de que estaba encorvado, pude ver que sus costillas ya no se marcaban tanto como antes y que tampoco lo hacían sus articulaciones.

Inevitablemente eso me hizo sonreír.

—No puedo meterme en calzones nada más —dije aún sonriendo.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero meterme en calzones así sin más, si no tengo me pondré una camisa sobre mi ropa interior y así nos iremos a nadar.

Después de eso me sumergí en el gran armario y debido al comentario de Arthure, el primer lugar donde busqué, fue en el cajón de ropa interior.

No es que no pudiera meterme a la piscina en ropa interior, pero sonaba algo incómodo de explicar decirle a Arthure que no podía porque toda la ropa interior que me dejaron es de tela muy delgada y algo transparente.

Espero que no fuera con la intención de impresionar si en algún momento llegaba a practicar hacer un bebé con Ezra.

Agradecí a la gente que puso ropa en mi armario una vez que encontré varios trajes de baño, pero tomé el que debido al color, me pareció más bonito.
Era de una sola pieza, color rojo oscuro, tenía un escote circular profundo tanto para el frente como en la espalda y la parte de las piernas era algo alargada como si fuera un bóxer.

Cerré la puerta del armario conmigo adentro para poder vestirme y es que realmente, era del tamaño de una de las habitaciones de la casa de Ernest.

Cuando termine de vestirme, salí del armario y lo primero que hice fue ver mi reflejo en el espejo.

El decreto del príncipe Where stories live. Discover now