Capítulo 18: Lo que no te cuentan

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—¿Crees que podríamos tener esta conversación en el jardín?
—Me parecería mucho mejor.

Ambos nos levantamos del asiento, él con un poco más de lentitud pero una vez que estuvo de pie, sus pasos fueron largos y algo apresurados.

Hoy no había podido ponerme un pantalón, pues para esta clase tenía un "código de vestimenta" donde debía usar vestido y zapatos de tacón, sobre todo por el tipo de enseñanzas que me aportaban en esta clase.

Debido a esto, alcanzar el paso del Rey era algo complicado.
Estando casi corriendo junto a él, me di cuenta que era extremadamente alto, era muchísimo más alto que Ezra y ya saben que con la vejez, bajamos de estatura, entonces no imagino que tan alto era antes.

Creo que divago mucho.

¿Tendrá realmente tiempo para estar aquí? Bueno, quiero pensar que sí, de otro modo no me habría dicho que tomáramos dicha platica en el jardín.

Una vez que llegamos a la puerta principal y los guardias vieron al Rey, se apresuraron a abrir la puerta y cuando estábamos saliendo él les agradeció con un "muchas gracias caballeros".
Seguido de ello, su paso se hizo más lento.

—Primero, me gustaría que supieras que el amor entre Nora y yo, no se dió de un día para otro, fueron muchos años tratando de entendernos, muchos años sobrellevándonos hasta que el amor surgió —movió las manos simulando el brotar de una flor.
—La verdad es muy difícil imaginarme enamorada de Ezra.
—Pero claro que sí, mi niña, yo tampoco me imaginaba enamorado de mi esposa, no podía ni pensar en querer pasar la vida junto a alguien que no amaba en realidad, pero es normal porque no se conocen —aclaró su garganta—. Pienso que el amor entre ella y yo empezó conforme dejamos de ser tan reacios a nuestras presencias, porque con el tiempo entendimos que queriendo o no, teníamos que pasar tiempo juntos.
—¿No cree que entonces su amor no fue realmente sincero?
Dió un suspiro y llevó sus manos a su espalda para entrelazarlas.
—Es algo complicado, pues de no haber sido por aquel pacto nupcial, ni siquiera nos habríamos conocido —llevó su mirada a sus manos—, sin embargo, cuando ambos expusimos ante el otro nuestro lado débil y pudimos ser apoyo para el otro, todo fluyó.
—No me siento con la confianza en Ezra como para exponer las cosas que me duelen.
—Sé qué hay mucho dolor en ti, me enteré de lo que pasó con tu familia, pero para abrirte, no tienen que ser necesariamente cosas que te duelen, pueden ser cosas muy simples que si compartieras con él, haría todo mucho más fácil.

Nos detuvimos en un punto del jardín donde había una banca de mármol perfectamente lustrado y cuando él tomó asiento, inmediatamente lo seguí.

—Él tampoco me comparte cosas y sé que es por lo que le enseñaron pero si pretende que sea su esposa, al menos debería tratar.
—Pensamos que la clase de matrimonio ayudaría a que se conocieran, pero me enteré que fue todo lo contrario.
—Lamento no haber hecho que funcionara, solo que para mi nada de eso es normal.

Sus piernas se cruzaron y sus manos se apoyaron sobre sus rodillas.
Me percaté de lo recta que estaba su espalda y entonces me sentí insuficiente por el simple hecho de que mi espalda nunca podría estar tan recta como las de ellos y entonces aquel pensamiento salió de mi boca sin pensarlo.

—¿Puede creer lo insuficiente que me hace sentir verlo sentarse con la espalda tan vertical?

Sentí mis mejillas llenarse color y el sudor de nervios formarse en mis palmas.

—Mi niña, no tienes idea de las veces que vi llorar a mi esposa por no sentirse suficiente con cualquier cosa —empezó a numerar con sus dedos—, la vi llorar de frustración por no aprender como usar ciertos cubiertos a la primera, la vi llorar durante las noches por sentir que no pertenecía a esto, por sentir que no ayudaba en nada, por sentirse una carga, por no saber que vestir, por los regaños que recibía en clases, por la presión que recibía, por no saber qué decir, por la ropa que usaba, por los regalos de matrimonio tan caros, por no amarme, por creer que no era lo que yo quería y por muchísimas cosas más —se giró un poco hacia mí y tomó una de mis manos—. No estoy diciendo que tú sufrirás por las mismas cosas, ni pretendo ponerte más nerviosa, pero tienes que saber que te van a presionar, van a hablar de ti a tus espaldas, van a pedirte que ya tengas hijos, van a pedirte que actúes como una muñeca que haga lo que los demás quieren y no va a ser nadie de aquí del castillo, va a ser el pueblo. Ellos nunca estarán conformes con nada de lo que hagas, así que lo único que te voy a pedir, como rey, como padre, como futuro suegro, como amigo, es que no cedas ante la presión que tarde o temprano vas a recibir sobre tus hombros, no cambies lo que hace a Larazin una persona única, porque por algo Ezra te eligió y estoy seguro de que con el tiempo harás una espalda fuerte que se mantenga recta y soporte el peso de la presión.

No puede ser, ¿es así como se sentiría tener un buen padre?

—Sé que tengo buenas ideas para ayudar, pero no sé cómo encajar en el papel de princesa y mucho menos en el papel de Reina.
—Te diré algo que una vez le dije a mi Nora, ahora sientes que no encajas porque estás rodeada de gente que sabe como es la vida en el palacio, que sabe cómo debe actuar y qué debe hacer, por eso sientes que no sabes absolutamente nada de cómo existir aquí, pero poco a poco y conforme convivas más, te darás cuenta que realmente vas aprendiendo y cuando salgas de nuevo al pueblo, notarás que todo lo que se te ha enseñado, realmente lo has aprendido.
—No sé qué decirle.

Y era cierto, ¿qué podría yo decirle? Tenía un nudo en la garganta debido a la sensación de sentirme apoyada, por sentir que alguien me entendía, por sentir que alguien se ponía en mi lugar. Y no era alguien cualquiera, era el mismísimo Rey.

Odiaba con cada parte de mi ser llegar a mi habitación por la noche y sentir que mi cabeza dolía tanto como para querer apretarla lo más fuerte que pudiera con los brazos hasta reventarla, odiaba que justamente por eso y por sentir que no aprendo nada, la tristeza y frustración se apoderaran de mi tanto que me hicieran llorar hasta quedarme sin lágrimas, odiaba tener siempre a mis hermanos en la cabeza y a la vez no poder hacer nada para traerlos en ese mismo instante al palacio conmigo.

Odiaba que cada parte de esta nueva historia me hiciera llorar o me hiciera sentir inútil.

Durante mi vida en el pueblo, había pasado por muchas cosas que en su momento me hicieron sentir impotente, pero nada se comparaba a esto porque TODO se salía completamente de mis manos y me hacía no pensar y solo llorar.

Justo como quería hacerlo ahora.

—No veo el futuro, Larazin, pero puedo decir que todo estará bien y poco a poco, tú también estarás bien.
—Quizá este mejor cuando tenga a mi familia completa de nuevo.
—Estoy supervisando aquel problema yo mismo y espero pronto poder traerlos contigo, sé bien que también les haces falta.

Y bueno, para que negarlo, me solté a llorar como la loca, las lágrimas salían una y otra y otra y no paraban, no podía hablar, no podía respirar bien, tenía la nariz llena de mocos y ni modo que me los limpiara con la ropa.
El gesto amable del rey de pasarme un pañuelo de tela que sacó del bolsillo de su saco, me ayudó a limpiarme, pero inevitablemente me hizo llorar más al sentir tan suave tela sobre mi nariz y mis ojos, porque ¡wow!, esta era mi vida ahora, un día estaba limpiándome el trasero con periódico en el baño y al otro una tela tan suave limpiaba mis mocos y mis lagrimas.

—¡Oh por Dios!, ¿¡qué le hizo!?, ¿¡qué le hizo!? —la voz de Arthure resonó probablemente por toda el área del palacio.
—Calma, torbellino, parece ser que a tu hermana le han brotado todas sus emociones.

Arthure se posó rápidamente a mi lado y tomó mi cabeza para posarla sobre su pecho, sentía su mano acariciar mi cabello y a la vez lo escuchaba susurrarme «Todo está bien, Lara».

—Es mejor dejarte en las manos de este experto Larazin, sé que estás segura con él, espero tengas un gran día y recuerda que si necesitas algo, estaré para ayudarte.

El Rey se levantó de la banca y se empezó a alejar a paso rápido.

—¡Señor Stephan! —Arthure gritó y el rey volteó a mirarle—, Larazin no puede hablar ahora pero si pudiera, sé que le diría que gracias por la atención y por lo que sea que le ha dicho hoy.

El Rey llevó su mano a la frente y levantando su dedo índice y medio le hizo un saludo de lo más informal para después seguir con su camino.

El decreto del príncipe Where stories live. Discover now