Capítulo 1: La princesa de Ilios

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Habían pasado 3 años desde que el duque Ander y su mujer Olimpia habían dejado que su sobrina acudiera al instituto Crown Hill, donde estudiaban todas las élites de las distintas casas reales. La joven Stella había crecido y había hecho algunas amistades durante este tiempo, y aunque no todas esas relaciones fueran reales ni verdaderas, se alegraba de no sentirse tan sola, como lo había hecho desde que había llegado a Escocia tantos años atrás.

Era un jueves por la mañana y Stella se levantó con mucha energía. No había nada en particular que ocurriera ese día, pero sentía que algo podía pasar, algo importante. Una de las sirvientas del castillo tocó a la puerta de su dormitorio tres veces y cuando la joven princesa le dio permiso, la sirvienta entró a su cuarto con un desayuno digno de una futura reina.

-¿Cómo amaneció señorita Hart? -preguntó aquella mujer.

-Estoy bien, como siempre-se limitó a responder Stella, quien aprendió con el tiempo que los sirvientes no querían saber cómo se encontraba realmente, sino que le preguntaban sobre su estado porque era parte de su trabajo.

No podía culpar a aquella mujer, ya que solo estaba haciendo lo que debía, y si era franca, no se sabía el nombre de casi ninguno de los trabajadores de la casa de su tío, bueno de su casa. La sirvienta le dejó una bandeja con un zumo de naranja recién exprimido sin pulpa, unas tostadas, huevos revueltos y un poco de mantequilla; después de hacer la reverencia pertinente se marchó de la sala.

Stella se comió todo aquello mientras recordó que hoy les asignarían un trabajo en grupo, y estaba rememorando que sus futuras compañeras de trabajo no eran muy espabiladas y que, además, siempre acababa haciendo ella todo el trabajo. A pesar de haberse quejado muchas veces a los docentes, decían que no iban a cambiarla de grupo de trabajo, que estaba establecido así y que no había cambio posible. Stella apartó esos pensamientos, ya que lo único que hacían era frustrarla. Se cambió su camisón de tirantes de seda de color granate y se puso el uniforme del instituto.

El uniforme era una de las cosas que más le gustaban de aquel lugar, el hecho de que todos de algún modo son iguales, era algo que ella sabía apreciar, por desgracia había demasiados futuros príncipes muy descorteses y alguna que otra princesa que se creía mejor que el resto, porque su familia era más rica o porque su reino abarcaba más tierra, lo cual era ridículo. Antes de salir por la puerta cogió su bandolera de piel marrón y se subió a la limusina. Hace años, cuando empezó a ir al instituto, sus tíos solían acompañarla en la limusina, pero con el paso de los años ya ni los veía por la mañana antes de irse.

Cuando llegó a Crown Hill vio al grupo de chicas de las cuales se hizo amiga. Se acercó a ellas de inmediato.

-Alguien se levantó no demasiado guapa hoy-dijo Aria Wells, una chica de diecisiete años de pelo rizado y pelirrojo, con muchas pecas y de piel más pálida que la de Stella.

La joven princesa de Ilios estaba más que acostumbrada a las tonterías que solía decir Aria, porque era una chica que solía hacer ese tipo de comentarios, pero no solo con Stella, sino con cualquiera, su humor no era para todo el mundo, pero nadie nunca le decía nada, y Stella aprendió a seguirle el juego.

-No todas tenemos un equipo de belleza y un estilista cuando nos despertamos-dijo Stella entre risas falsas.

-Esa ha sido buena-respondió una chica de pelo castaño y ojos azules y de piel más morena que Stella y Aria.

Vanessa Hellwater, una muchacha de una fortuna más pequeña que las del resto del grupo, porque ella no era la reina de ningún lugar, solo una condesa de un pequeño terreno en noruega, pero era un encanto en comparación con Aria.

-Chicas, no podemos permitirnos llegar tarde de nuevo-aseguró la muchacha de ojos como la miel y pelo azabache. Aquella era Alicia Dubois, duquesa de Mónaco, no era tan maja como Vanessa, pero tampoco era tan perversa como Aria.

Confesiones de una princesaWhere stories live. Discover now