PRÓLOGO

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   Los rumores en Prakva decían que el hijo del Kaiser sería aún más fuerte e impresionante cuándo ocupara la corona. Marxel creyó en todas las voces que sucumbían en la Alta Torre, y asumió que su vida se trataba de una profecía tallada en las estrellas del cielo. Su madre, la Kaiserina, incluso le había dicho que sus visiones siempre se cumplían y grandes cambios vendrían en Prakva. Toda su vida le habían prometido la corona, y haría lo que fuera por tenerla, incluso sí vendría con grandes sacrificios.

Desde el último nivel de la Alta Torre, enfriada por las nubes griseas y dónde el horizonte de la ciudad apenas eras visible, tanto padre cómo hijo avanzaban en aquel pasillo extenso rodeado de ventanillas en dirección a las puertas metálicas que se abrían. Marxel miró a su padre con un notable nerviosismo en los ojos, pero regresó rápido la mirada hacia las dos personas que caminaban en dirección contraria.

Le habían dicho esa mañana que conocería a una chica, su prometida, la próxima Kaiserina. Los rumores habían confirmado que era hermosa, y cumplía todos los requisitos necesarios al descender de los mejores familiares de Prakva. Era la hija de la mano derecha del Káiser, las tradiciones prakvares siempre formaban alianzas entre los mejores títulos.

Se reunirían en mitad del pasillo para proceder a la presentación, pero Marxel ya podía percibir el velo que cubría el rostro de la chica. Era prohibido mirar a la prometida sin velo antes de firmar el acuerdo de conveniencia. No obstante, aquella manta que le cubría el rostro poseía una cierta claridad para que la chica pudiera reparar hacia dónde caminaba y evitar una caída.

Marxel notó que se quedaba sin respiración. Confirmó lo que decían las voces, la chica sin duda era hermosa. Bajo el resplandor del velo, notó su cabello largo y castaño cómo la madera más preciada extenderse hacia sus caderas, decorado con preciosos narcisos amarillos y tiras aleonadas que se entrelazadas en serpentines. Sus ojos del color de la miel lo observaron en silencio, y sus mejillas se tornaron carmesíes cuándo continuó con el protocolo, se inclinó hacia ella.

Depositó un beso sobre la piel cremosa de su mano y se sacudió ante la caricia. Cuando la miró a los ojos y se encontraron con los suyos, percibió la confusión y la curiosidad que arrastraba su mirada, probablemente su padre, la mano derecha, no le habían explicado con claridad lo que significaba aquella reunión.

Pero Marxel comprendía que significaba todo aquello. La ilusión brillaba en su mirada. Sería suya en un futuro cercano, sería la mujer que le acompañaría al lado del trono y pronto cogería su mano delante de todos los ciudadanos de Prakva para reinar aquel mundo.

Cuando la presentación terminó, Marxel regresó a sus aposentos con la mano en el pecho, sintiendo la emoción por lo que pronto vendría.

Una semana después, había recibido noticias sobre ella, corrió por todos los pasillos de la Alta Torre hasta encontrarse con la oficina de su padre. Pero al encontrarse con la mirada seria e inexpresiva del Káiser, sintió un terrible miedo.

—El compromiso se anula, Marxel —soltó su padre, sin mirar al joven a los ojos mientras su atención se entretenía con los papeles que rodeaban su mesa—. Te buscaremos otra, no te preocupes. Tengo un par en mente, podrás seleccionar la que más te guste.

El joven arrugó la frente y tragó saliva.

—¿Por qué lo has cancelado?

El káiser torció el cuello y continuó en un susurro seco.

—Me temo que no era adecuada para ti.

Marxel no entendió porque su padre estaba ocultándole la respuesta. Con los dedos temblorosos se acercó a la mesa del Káiser y antes de que este pudiera quitarle el proyector de noticias, se hizo en posesión y accionó la noticia.

Observó las imágenes con los ojos muy abiertos. Las palabras Incendio, Muerte, y cuerpos formaban parte de cada titular. El proyector se le cayó de las manos y su mirada notó la furia en los ojos del Káiser. No pudo evitar en sentir que el aire se le escapaba.

Incendio. Muerte. Cuerpos.

Las palabras se repetían una y otra vez en su cabeza. Pudo notar cómo toda la ilusión que había sentido antes se desvanecía poco a poco. Su padre lo miró y le reprendió por la mirada vidriosa que sacudía su expresión.

El káiser le había enseñado que nunca podía decaer ante los sentimientos. Cuando se hiciera en posesión de la Corona, no había tiempo para aquella tontería del amor y la devoción, tan solo había responsabilidad y deber.

La noticia pareció trascender una semana más hasta que nadie más habló sobre ella. Todos olvidaron sus nombres. El káiser no mencionó nunca más a quién era su prometida. Entonces, el mundo dejó de pensar en ella como si nunca hubiese existido, pero Marxel no lo hizo. Jamás olvidaría cómo se escuchaba su nombre al pronunciarlo y el resplandor de sus ojos marrones bajo del velo. 

Ladrona de EspejosWhere stories live. Discover now