Capítulo 3

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——CAPÍTULO TRES: La Orden——

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——CAPÍTULO TRES: La Orden——

K A R A

Estaba frente a la estación de tren, sujetándome a la pared de anuncios mientras contenía el aliento. Ya no había quién me persiguiera. Tuve que abandonar el abrigo de pelaje en uno de los contenedores al salir de la Torre de Oro, me sentí un poco mal por haber gastado tanto dinero en ello pero tenía que sacrificarlo para evitar que los soldados prakvares me arrestaran.

Cuando recuperé mi aliento, me quité aquella molesta peluca rubia y los tacones de aguja, guardé todo detrás de las puertas metálicas que daban hacia los contenedores de la estación de tren, y tomé las botas que había guardado antes. Luego me sujeté mi cabello natural oscuro en una coleta y me coloqué una gorra.

La llegada del tren permitió que el aire envolviera a todos los pasajeros que aguardaban en la estación. Caminé tranquila, procurando mantener un perfil bajo, y me sujeté a las barras metálicas cuando estuve dentro del vagón. Era una dicha que fuera un viaje gratis. Normalmente los viajes que iban hacia las zonas marginales no tenían costo, pero los que iban de regreso a la capital si que lo tenían y no eran precisamente baratos.

Las personas que se encontraban en aquel vagón parecían tener una condición estable económicamente, pero no lo suficiente para costear una vivienda en la capital y por ello, sabía que la mayoría iban de regreso a sus casas humildes después del fatigoso trabajo. Eran el tipo de personas que debían trabajar duro para mantener a sus familias.

El viaje no me resultó tan largo como parecía. Cuando el tren se acercó a los vislumbres de la zona marginal, me bajé en la primera parada y me dirigí hacia los suburbios más peligrosos de la ciudad, donde residía. Había seleccionado precisamente aquel sitio porque los oficiales militares no se atrevían a vagar por aquellas vías. En realidad, los oficiales eran muy temerosos como para circular por cualquier calle de la zona marginal, en especial Starlock, pues los rebeldes indocumentados aparecían por la misma zona.

Mi estudio se encontraba arriba de una tienda de artefactos de segunda mano. Trabajaba una dulce señora de sesenta años que siempre sonreía al verme. Se llamaba Holly Williston. A mí y a Dante nos gustaba dirigirnos hacia ella como la señora Willy, y a ella le encantaba ese apodo, en cierto modo, le recordaba a como le decía su esposo, quién había fallecido hace un par de años por un ataque de rebeldes.

La señora Willy se asomó por la ventana y me mostró una de sus grandes sonrisas.

—¿Kara? ¿Estás ahí? —Ella era de las pocas personas que conocía mi nombre, dado que le tenía la suficiente confianza. Aunque no estaba al tanto de los asuntos que llevaba a cabo cuando salía del estudio, y sobre todo, dentro de aquellas cuatro paredes.

—¿Cómo se encuentra, señora Willy? —pregunté con una sonrisa de lado, ocultando mi rostro bajo la gorra.

Ella se inclinó más sobre la ventana.

Ladrona de EspejosWhere stories live. Discover now